jueves, 2 de abril de 2015

microrelatos 3

Mucho ruido pocas nueces
Cuando mi padre cobró su primera jubilación nos llevó a todos a nuestro primer homenaje. La mesura del festín vino de la cuantía de la mesada. Hubo para todos, pero en desproporcionada pesada, la sensatez y pulso con que mi padre calculo su reserva no acompañaba el compás del vaciado de la bolsa y los impúberes fuimos desatendidos en calidad y cantidad del favor. Yo, que fui el último, apenas si recibí el usufructo de esa primera nómina ni tan siquiera pude oler el fragor de las telas y suelas con que se vistieron mis consanguíneos y hube de plegarme con un -la próxima paga será toda para ti.

Cenizas
Se asomó a la ventana para fumar el cigarrillo de la tarde y la ceniza se desplomó titubeada por el aire que capitaneaba las ropas tendidas en las terrazas a las que prestaba indeterminadas vidas. Fijó su mirada en el capricho que dibujaban los hilos de su propia savia al coser en soledad la mendigada postrimería. Aquellos, último chicote y mirador, eran sus únicos camaradas presentes mientras su sangre se publicaba por el alféizar apresando trizas de la ceniza que se precipitaba dándole color, oráculo postrero, de lo que fue su vida.

Ahí es nada 
A nadie se le ocurrirá que solo quiso volar, como antes. Que solo quería descontaminarse, desempolvarse, higienizarse y acicalarse. Y para ello, era imprescindible una abstinencia y desintoxicación del aire viciado que le aportaban aquellas ventanas al servicio de intereses lúgubres. Tras años de estar sometida al embobo, atisbó,  difícil y dolorosa, la tarea de romper ataduras con las redes neuronales infectadas y construir entramados inocuos fuera de los barrizales y pozas fecundadas e incrustadas en su inconsciente. Para ello, preciso bajarse de esa ola que la obliga sobre su cresta y que irremediablemente acabaría rompiendo contra la playa dejándola varada o aún peor arrastrándola en su resaca para volver a surfearla una y otra vez sin descanso y que no pudiera recuperar el aliento y tomar píe a tierra. Como primeras medidas se apartó del Twitter y el Facebook, la televisión, la prensa escrita y las compañías no nutritivas, repetidores voceros y altavoces de la lobreguez.

Instrumentos, melodía y armonía
Seguía atrapado allí dentro desde las horas en que los gatos se visten de corbata y las gatas con medias de seda a rayas, sin embargo, pese a su mala salud de hierro su voz continuaba articulando palabras al son de la música para las almas azules. Aquel local de atmosfera humeante de bajos y trompetas, paramo del jazz, se adueñó de su alma.






en torno a un poste vertical

Me acuerdo de mi abuela, una mujer menuda, lo sé ahora, entonces una abuela titánica. Cariñosa y generosa, de pelo plateado y sonrisa tenoria.

Recuerdo que cada sábado me llevaba al mercado y no falto uno donde me agraciara con aquello que yo eligiera, a veces, las más, un Madelman o el equipamiento de otro que ya tuviera, otras veces unos paquetitos de soldaditos miniaturas que tanto me gustaban y que llenaban mis horas entre campos de batallas sureños o enfrentamientos belicosos entre alemanes y españoles sobre  tierras rocosas  y valles formados por los ropajes de la inmensa cama de mis padres -No sé de dónde sacaba yo tanta imaginación para no repetir lides ni parajes-.

escalera caracol en la Torre Ieronimus,
Catedral de Salamanca
Mi abuela, que se llamaba María, era quien nos tutelaba y atendía la casa. Mi padre nunca estaba y mi madre cosía para la calle a señoras de alcurnia. De alguna vez, que me llevaba con ella, tengo en la retentiva una escalera de caracol en uno de los salones de la casa de los Medialdea -un palacete en la calle Benjumeda-  que nunca pude culebrear hasta el final a pesar de que nadie me lo impedía. No sé si el respeto o el miedo a encontrarme con aquel olor rancio y trasnochado que bajaba por la torcida escalera y aún hoy me sigue incendiando ciertos temores -Hoy por hoy no estoy seguro si quería o no ir a aquella casa pero no era yo quien lo decidía-. 

Se les podía llamar como quisieran, moradas de alta alcurnia para familias de buena crianza, pero para la incansable imaginación de un angelote como yo aquella mansión era hechicera y peligrosa y me refugiaba en silencio tras una mecedora ubicada con la distancia suficiente de la “caracol”  como para no ser atormentado por el fantasma del palacete pero sí estar ojo avizor.

Nunca le hable a mi abuela María de aquello, con ella no había miedos, con ella me sentía un príncipe.

viernes, 6 de febrero de 2015

microrelatos 2

En la desnudez del invierno
Inmediatamente pedí que cerraran la tapa del ataúd y comencé a leer un libro que, en palabras de sus autores, es más que un vademécum de oraciones. Es también, poema y revelación, apotegmas y paladar de sabiduría. Estación primera para mí del andar errático por el camino incierto del duelo, en busca de un sendero a la esperanza y salir de este invierno cetrino cargado de sufrimiento gélido.  Este quebranto, que dicen, es  consecuencia del amor, para mí es antinatural y despiadado, que me provoca un picor en el alma, que nombran las mismas, como las pulgas del propio. Y, compréndanme, he quedado como el Enebro de las dunas con las raíces expuestas al viento, porque no es que la muerte me arrebato una hija sino que yo siga viva lo que me lapida la existencia.

Absurdo
Sin saber por qué le di un puñetazo y él se giró sin respuesta. Y sin saber por qué me quede perturbado, sin comprender como una persona puede darte con la cara en los nudillos y marcharse sin dar explicaciones. ¡Ya no se respeta ni a los violentos!

Atropello
Sin saber por qué le di un puñetazo y le volví a vendar los ojos.
– Esta para eso ¿no? la justicia digo, para trans-agredirla ¿verdad?

No doy crédito
El mensaje era claro, conciso, breve y letal: no incitas, decía por cuarta vez la pantalla. Y ni tan siquiera podía ya contestarle. No entendía nada, aquello se me antojaba una burla grotesca del destino. Una confabulación desde las oquedades de aquella fachada para acabar con el escaso hilo de vida que me restaba. Era el fin. Ayer acababa el plazo de pago del recibo de la luz y había olvidado el pin.

Daños colaterales
Aquel irrevocable y capital pitillo requería de metódica ceremonia. Para prenderlo me serví del mechero recuerdo intemporal del abuelo. -Reza en el archivo Coca-Cola “que los recuerdos no superen a los sueños”- y yo deliro con volver a ver al abuelo dar un chasquido certero a la ruedecilla, brillar la piedra y arder la mecha… Di una primera calada que me abrasó los bofes ya consumidos por tantos chicotes dilapidados y al instante me develo el rostro con la blancura del alcanfor y una remembranza de los placeres del génesis de mi lacra me rescató… Todo el espacio levantaba conos de silencios taciturnos y conjeturados que me helaban la sangre, me procuré determinación y conveniencia para en una matemática cuántica colocar bártulos y moblaje, atrezos de un escenario con armonía cósmica donde Sol y Lucero, silla y soga, proyectan una sombra, confidente detrás del palío, preludio de mi eternidad.
  
Indignación
Usted es el primero que la abre y yo le agradecería que la volviese a cerrar, caballero.
Acaso no ha leído el cartel: ¡por favor, no molestar!
No entiendo cómo y con qué ligereza se permite invadir mi descanso. Aunque ya que está aquí ¿podría apartarme el polvo de la cavidad nasal?



ático con vistas

  • un texto para romper con la opacidad con que la sociedad obvia a una parte de los seres que la constituyen. 
Hay algo a lo que no voy a renunciar, el precio que estoy pagando es suficiente para no esconderme ni dar mi brazo a torcer. Ya me silencié en la escuela y en casa también. Sepan ustedes que en la adolescencia busque con quien pasear cogidos de la mano para que me vieran y corrí la cortina con quien quería y deseaba. Yo jamás puse un pero para no ser objeto de chismorreos o ponerme en evidencia. Y jamás caminé con la naturalidad con la que mi ser se hubiese querido expresar para reservarme de las pupilas hirientes. Con nadie confesé y mucho fantaseé para calmar mi sed de piel. Más todo esto ya no lo puedo seguir callando y me pregunto ¿por qué no puedo dejarme ver como soy para conquistar y conservar un amor que se me enquista en el corazón? ¿para qué esta vida eclipsada que no deja pasar mi luz? Hay tanto arrinconado de mí que ni me atrevo a contarlo con los dedos de una mano ni de las dos ni sumando los pies. ¿Acaso mi peregrinación por la vida, mis actitudes, mis tácticas, mis conductas son diferentes de las demás personas, no sangro cuando me zahieren o me eriza el bello una caricia? Sin embargo, si muestro ese rasgo tan mío, como ellas los suyos, se me señala con el dedo acusatorio, me vilipendian y humillan y se me publica bajo una capa de mierda y ¡ya no más! Es inmenso mi deseo de no seguir enclaustra tras una mentira. Hasta aquí hemos llegado, a partir de ahora seré una lesbiana visible.

el concepto arte sXXI

pedal desconectado ©jccanto
Yo pienso que, a todas nos cautiva y embelesa que otras personas descubran y contemplen el arte allí donde nosotras lo percibimos. Quizás no sean los términos “cautivar y embelesar” los más apropiado en todos los casos, pero sí que nos da un pellizco al orgullo y el ego se eleva. Sin embargo, cada cual, con su vivencia memorizada, interpreta y da una lectura a lo que es arte y lo que no lo es.

Yo podría, acaso, haber recibido una mala o buena educación respecto del concepto arte y no entenderlo o sí. Por lo tanto, que no me digan, como una verdad absoluta, que el arte se educa, se aprende en el seno de la familia o en la escuela o que viene en los genes. Hoy en día, el arte, el del siglo XXI, es fruto del libre albedrío, fuera de los cánones establecidos, de definir como arte aquello que estamos percibiendo por los sentidos. Entonces ocurre que lo que para unas es arte, para otras, incluso si me apuran, es un surtidor de agua hirviendo. Incluso en el imaginario colectivo ya no sólo que no es arte sino que el arte, constatable en los archivos, hemerotecas o museos es muy distinto.

El arte es, puedo decir yo, subjetivo. Nosotras influenciadas por nuestros deseos, intereses, sentimientos, modos de pensar, cultura, creencias… estaremos en poder de crear y/o admirar el arte, desde nuestra visión del universo. Eso no nos lo puede negar nadie. Ni nos podrán convencer de lo opuesto. Y creo que lo que no nos gusta como arte, es que sea contrario a nuestro arte. Entonces, aceptar esto significa admitir, sin irritación, que el arte tiene tantas fisonomías como juicios lo crean.

Por último, quiero analizar, fugazmente, la experiencia del arte constitutiva del conjunto de los seres humanos. En primer lugar, la experiencia del arte no es originaría¹  y tiene mucho que ver con la necesidad conjugada en primera persona. En segundo lugar, el arte no es reductible a la religión, ni al derecho ni a la teocracia, quién nos pide cuenta del arte es la necesidad de trascender. De ello, la persona artista es aquella que busca la mejor manera de dar respuesta a la trascendencia. Y, ¿de quién? –a ella misma y a los otros seres humanos (el arte que es público). Me surgen aquí dos dimensiones externas: una es la de responder ante otros/as; la otra, las consecuencias individuales de transgredir.

"La pureza y sencillez del arte rara vez es pura y nunca es sencilla." Autor desconocido

¹una experiencia originaría no deriva de otra, como por ej: el parto, los colores del arcoíris, enamorarse,… o se tiene o no se tiene.



martes, 30 de diciembre de 2014

el faro en la costa

“Lo que puede amarse en el hombre”, nos dice Zaratustra, “es que él es una apertura”

Haz de luz del Faro de Cádiz
Para cerrar el año  yo quiero divagar sobre esta afirmación. En primer lugar, reafirmar que la voluntad de las personas por trascender, consciente o inconscientemente, es el camino de la vida que hemos venido a recorrer. Sin embargo, constantemente el ser humano se limita mostrándose como nihilista y hacedor de vida, esto,  a mi parecer, constriñe la voluntad y el compromiso de lo que realmente somos y menos cava la Vida.

Dejar de degradar la vida humana significa confrontarla con un referente superior y es la voluntad de este confronto lo que hemos de poner en acción para dar sentido a la vida. Es esta voluntad de trascender, creo yo, la virtud de la que nos hablaba Zaratustra y que es inherente a la persona. Somos nosotras mismas esa puerta y a la vez vehículo del que se vale la VIDA para superarse. Donde digo VIDA digo SER, el Yo esencial que quiere superarse, como nos dice Echebarria: “no es la vida humana la que hay que trascender sino el ser que somos en la vida el que se abre a la trascendencia”.

Digo yo, que somos Ser, somos Vida expresándose para superarse en el Amor. El Amor que es Todo necesita, entre otras formas, la vida humana para expresarse, experimentarse y superarse. El Amor en constante expansión.

Por eso, la persona que hace de su vida una constante de superación permanente enfocando su participación en procesos de amar en todas las urbanidades es el “superhombre” del que nos habla Nietzsche, “la cuerda tendida entre el animal y el superhombre”.

Estoy convencido de que somos una pieza en el puzle inacabado (para lo eterno) que se arma con las experiencias de cada una y en la suma de todas las personas. Una imagen velada para nuestros ojos y mentes humanas, pero en la que participamos, y ahí radica nuestro poder, del destino para moldear, en el arte de lo posible, la expansión del amor.

Hay, hoy en día y desde la noche de los tiempos, muchas “razones e inteligencias” mortales y efímeras que nos alejan de nuestra sustancial esencia con el fin de provocar sufrimiento al ser humano. Entender y Aceptar esto que somos y pretendo mostrar descansa en la comprensión de nuestra inocencia. No somos una u otra cara ni del bien ni del mal, ni luz o sombra, amor ni odio, hombre/mujer.

Soy consciente de que desprendernos de nosotras mismas para trascender se nos emula salto al vacío y  que volver a nacer en cada presente es como sumergirse en la nada y que ello requiere asegurar condiciones emocionales equilibradas y necesarias que reconozcan que en la dinámica de autotrascender caben tanto la ganancia como la pérdida,  la construcción y la destrucción y que todo ello decía son dos caras de la misma moneda.

Pues con esta conciencia, en vísperas de un nuevo año, invito a un constructo necesario de nuestro compromiso de ser Apertura para que el Amor trascienda permanentemente.


Pues quería enterarse de lo que entretanto había ocurrido con el hombre: si se había vuelto más grande o más pequeño. Y en una ocasión vio una fila de casas nuevas; entonces se maravilló y dijo: ¿Qué significan esas casas? ¡En verdad, ningún alma grande las ha colocado ahí como símbolo de sí misma!(…)Y Zaratustra se detuvo y reflexionó. Finalmente dijo turbado: «¡Todo se ha vuelto más pequeño! Por todas partes veo puertas más bajas: quien es de mi especie puede pasar todavía por ellas sin duda - ¡pero tiene que agacharse! Oh, cuándo regresaré a mi patria, donde ya no tengo que agacharme- ¡dónde ya no tengo que agacharme ante los pequeños!” 
Así habló Zaratustra.
(F. Nietzsche)

viernes, 5 de diciembre de 2014

Hoy las nubes me trajeron, corazones al unísono


fotografía tomada en Cádiz desde la Avenida de la Bahía,
autoría por mi desconocida.

Hoy las nubes me trajeron, volando, mientras caminaba lisonjeando el mapa de España, bordeando la Playita de las Mujeres, exhorto en mis pensamientos, un rostro que no me dejaba indiferente. Ella cruzó altanera el paso de peatones y se incorporó a mi trayectoria, justo, cuatro pasos por delante. En sus primeros progresos al frente de mi marcha ella giraba la cabeza, más de dos, más de tres y una más, para admirar un horizonte perfilado por casas en riadas de escalones arriba y abajo y el Castillo San Sebastián al final del trazo ¡Que pequeño sobre el río!

La luz era temprana, cegadora si miras al Este. Se le llenó de caballos la sombra que proyectaba y las facciones de su rostro sobre el celeste lienzo que se sustenta en la línea del mar, me excitaban.

Yo, caballo, por su sombra sincronicé mi paso al suyo para apreciarla a corta distancia. Advertí como su rubio ondulado cabello flotaba como la avanzada de nubes sobre el horizonte y que olía a rocio. Matices que me sumergen en el patio que un día fuera una fuente con agua y despertaron en mí, ansias de pretenderla.

En un santiamén, su mano izquierda, sutil como el planear de las gaviotas, reajustó por detrás, la camiseta ahogada bajo la mordaza del talle de la chaqueta de piel canela que cubría su estilizada figura. Por un instante, desvié la atención a que las gaviotas se entrelazan con otras a lo largo de la playa y que nos acompañaban con sus grotescos graznidos. Entonces lo oí y aunque no encontraba la fuente, la fuente estaba y se me desveló, era el sonido imperceptible de los flecos que engalanan su coqueta bandolera verde mar tintineando sobre su pierna derecha.  Al unísono se veló para mis tímpanos el goteo sonórico de coches que al igual que con el desfile de cientos de pensamientos que pululan mi mente cada día, en lugar de domarlos, les deje transitar.

Y fue entonces, cuando posé mi mirada en sus huellas. Un paso tras otro, sobre el revestido recién saneado, que entonaban el ritmo y la cadencia del incesante vaivén de olas que mueren unos metros más abajo y la humedad con sal del asfalto bañaba mis sentidos, preso de sus seductivos andares.

Repentinamente, ella se giró dócilmente a la izquierda y encaró su rumbo para franquear la avenida. Experimente un soplo de rebeldía. Yo, que no quería perderla, alcé mi voz con un ¡Espera y Adiós y Gracias! Ella, volvió su rostro espontaneo, sencillo, natural, una sola vez y sonrió ¡Adiós!

Comprendí al instante, en la larga cola de la despedida, que nuestros latidos habían caminado al unísono desde la playa de Santa María del Mar hasta Isecotel y el agua que no corría volvió para darme el agua. Y la deje marchar.

Poema original de Alberti 
Hoy las nubes me trajeron,
volando, el mapa de España,
¡Qué pequeño sobre el río,
y qué grande sobre el pasto
la sombra que proyectaba!
Se le llenó de caballos
la sombra que proyectaba.
Yo, caballo, por su sombra
busqué mi pueblo y mi casa.
Entré en el patio que un día
fuera una fuente con agua.
Aunque no estaba la fuente,
la fuente siempre sonaba.
Y el agua que no corría
volvió para darme el agua.
Rafael Alberti: Baladas y canciones del Paraná (1953-1954)