Puente Hierro, La Caleta |
En enero nací yo. Mes de puesta
en marcha. Mes de juramentos, inicio de proyectos y de propósitos: “este año me
apunto al gimnasio… este año comienzo las clases de inglés… este año dejo de… y
me pongo a…"
Estoy seguro que en vuestro
imaginario encontrareis alguna fotografía de esto que os refiero, verdad?
Fruto, apunto yo, del reproche que nos hacemos del año acabado o regalo para el
año venidero.
Yo que como digo soy de enero,
siempre, en los anteriores, comenzaba el año con mucha fuerza y llevaba a cabo
las intenciones, o casi todas. ¡Este último, no!
Este enero y para este año no quiero hacer nada, no
quiero construir, no quiero reconstruirme. Este año no quiero nacer más, ya no nazco una
vez más. Se acabó el renacer cada año al llegar enero. No, no estoy cansado, lo
que pasa es que ya he nacido mucho y para siempre. ¡Por fin! Juan Carlos es y esta
pleno. O sí, ¡cansado de no parar de nacer!
Y menos mal que escuche la voz de
la vida, esta vez, antes de que me gritara. Y no por casualidad que se abrieron
mis oídos al susurro sexual y sagrado con que la vida me habla. Antes lagrimas,
esfuerzo, dolor y voluntad de cambio cerraron los canales por los que los
ruidos de fuera velaban la sinfonía que alumbra mi transitar. Ruidos del mundo
de fuera, donde las prisas y lo superficial.
Y menos mal que se despejaron
estas cantilenas dando cabida y amplificando el murmullo continuo del río de la
vida, de la vida en primera persona, la que me habla a mí en un monologo mío que
solo yo conozco con un lenguaje vinculado a mis intereses. Un lenguaje sin ecos
del pasado, sin un léxico y mensajes aprendidos y recurrentes en una espiral
sin fin.
Y menos mal que he podido cortar
el cordón umbilical que me ataba como en el cuento de la marmota que cada año
en su fecha volvía a empezar una y otra vez hasta encarrilar la senda adecuada que integrará la enseñanza.
También, en todo esto, el amor de
pareja, me proporciona un camino allanado para haber llegado hasta aquí. Y desde aquí
quiero romper una lanza por ella y por él que acompañan al otro en su camino,
sin interferir, de la mano, paralelos/as.
Y menos mal que me deje acompañar
-y no todo el mérito es mío- en esta encrucijada donde tanto llueve. Menos mal
que estas en mí. Menos mal que está tu puerto para descansar. Menos mal que me
encontraste. Porque junto a ti, también, me siento vivo.
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