Y no lo digo yo que ya lo dijeron
otros que lo conocieron y lo experimentaron.
“Triunfar sobre la muerte es no
dejarse detener por ella”.
Y/o lo que para mí es lo mismo, “triunfar
en la vida es conocerla y para ello debemos caminarla, paso a paso, intimando
con ella”.
No sabemos que seremos, no sabemos dónde llegaremos, ya que la vida
es un continuo caminar por ella y en una ruta que será de ella, que ella misma
nos traza. No somos dueños de nuestro destino como tantas veces y tantas
escuelas nos han enseñado. Si bien es cierto, que hay un sentido en la vida, pero este sentido hay que vivenciarlo. Esto nos lo dice el discernimiento humano-lógico ¡La vida pasa por ser vivida!
Necesitamos contar un cuento,
engañando para confundirnos nosotros mismos. Que si “la muerte es una puerta”,
que “en la vida cultivamos para la eternidad”, etc… Creo yo que la búsqueda de
lo transcendental –innata e intrínseca en los seres humanos- sí se culmina, sí
se alcanza la iluminación, el nirvana, ese estado se ha de traer a la vida. Si
no, ¿qué sentido tiene? ¿para qué seguir
viviendo entre sombras, por qué no quedarnos en la consciencia total y
olvidarnos de la vida en este plano, donde unos, los menos, los elegidos,
conviven con la mayoría ciega, perdida? O es cierto aquello que dice que la
humanidad sobrevive y ha llegado a nuestros días gracias a que unos cuantos,
elegidos seres conscientes, conducen, de alguna manera, la conciencia colectiva
para que no sucumba víctima de su propia inconsciencia???
Si la vida culmina en la muerte y
la intensidad de la muerte dependerá de la intensidad de cómo se haya vivido.
¿no nos convendría vivir la vida con el mayor sosiego y con suma templanza para
que nuestra muerte sea puro reflejo de ello?
Vivimos tiempos revolucionarios y
crispados, llenos de opacidad. Tiempos que no se guían de la experiencia del
pasado y que no se equilibran con la línea del horizonte (el futuro a corto
plazo es incierto). Y es por eso que, pienso yo, es este el momento propicio de
cerrar los ojos que ven la realidad –una realidad marcada por poderes e
intereses lóbregos- y dejarse llevar por el instinto que ve lo real –aquello
que es, sin distorsiones socio-económica-políticas.
Lo real no se define con nuestro
lenguaje. Lo real lo vislumbramos en los versos del poeta, en la parábola del
maestro, en las piedras del camino. La vida real o lo real de la vida no se ve
ni se nombra, se percibe o se intuye. Por eso, bien podríamos cerrar los ojos y
dejarnos arrastrar por el río para poder sentir la vida y lo que la vida nos
da y nos pide. Y además, también es cierto, por que “mientras menos hago más se da a través de
mí”. Cerremos los ojos y dejemos que la vida se exprese a través de nosotros
para sumar al bien común.
No se trata de vivir ciegamente
sino de ver y entender la vida desde dentro, desde el camino interior. Sin
prisas pero sin pausas. Disponiendo los latidos de nuestro corazón con el pulso
del universo, de lo que acontece.
La vida -como ya apuntaba porque
otros me señalaron- es un continuo incluso en los momentos de parar. No podemos
dejar de escucharla y sentir su vibración porque nos extraviamos. Es necesario
no perder el ritmo, no dejar pasar ninguna nota del pentagrama -que es la vida-
sin ser punteada para entender la sinfonía completa, el sentido de la vida.
Y, así, sin detenernos,
triunfemos pese a ser el hombre, la mujer el animal más podrido de la creación,
salvo en los momentos más sublimes. Estos son, en el amor y el arte.
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