viernes, 4 de diciembre de 2015

coincidir en el ocaso

Con un sol de otoño entrando por la ventana en las horas postreras, poco frío y mucho sudor, antesala del invierno. Una persona singular, de carácter recio porque la vida la curtió en mil batallas. Mujer elegante en su vestir y sus formas, recta e implacable, sin dobleces, nos ha dejado cumpliendo su ciclo vital.

Quienes mejor la conocen saben lo que le toco vivir, huérfana de padres se ocupó de sus hermanos y con el rodar de la vida fue perdiéndolos hasta quedarse sola.

Después de dar dos vueltas al mundo, acabo sus días en una residencia, donde recibió cariño y cuidados, pero donde no encontró su sitio ni fue comprendida. Y, por eso, ya con la razón jugando al escondite, acabó por perderse en el “ven pa cá”. Capaz de mantener en su regazo un animal indefenso e inanimado durante horas protegiéndolo de miradas y ajenas, no fue capaz de mostrar apertura hacia sus convecinos, quizás, pienso yo, para salvaguardar su estatus manteniendo un control de su ínfimo espacio de seguridad, cada día quebrantado por aquellas que la cuidaban.

Como si fuera una dulce oración de peregrina, mantra de mediodía, canción de juventud, recitaba una y otra y otra y otra vez el “con Dios me acuesto, con Dios levanto, la Virgen María y el Espíritu Santo”. Un rezo a un Dios cuyo nombre desconocemos, nosotras naufragas en el gélido océano de su incomprensión, pero que quizás ella sí que le conocía, viajera incansable y buscadora de los suyos.

Yo tuve el privilegio de coincidir, conocerla y tratarla al final de sus días. Sí, como dijo aquel poeta y trovador:
“Soy vecino de este mundo por un rato
y hoy coincide que también tú estas aquí
coincidencias tan extrañas de la vida
tantos siglos, tantos mundos, tanto espacio y coincidir”

Coincidí con ella porque así quiso la vida que fuera y su sobrina que nos presentó y quiero recordarla siempre, por eso estas palabras de homenaje. Recuerdo en la que ha sido la inesperada última cita que, con dolor para nuestro sentir, la encontramos en un baño de injusticia, olvidada de aquellas a las que se le encomendó su cuidado. Después de esta desapacible tarde la encontró la Muerte, sola, casi como había vivido una parte de su vida. Su pelo, de betas doradas, la coronaba y recuerdo haberla peinado y atusado y perfumado. No estoy seguro de que ella aceptara esta licencia mía, pero yo sentía que quería hacerlo. Ahora, a la postre, guardo esos momentos como “Un Tiempo Fuerte”, en el que tienen lugar los últimos intercambios y las últimas palabras. Recuerdo, también anecdóticamente, una primera cita regida por que la pulcritud en el calzado de aquellas que le acompañaran no desentonara de sus cánones. –“a ver que zapatos llevas no seas como esas pilinguis que van por ahí con chanclas”, recuerdo con diáfana claridad estas palabras suyas. Yo acudí avisado y me presenté calzado con decoro y aceptó mi compañía.

¡Gracias Carmen y buen viaje!


DEP

4 comentarios:

  1. Hermosas palabras Juan Carlos, transmiten ese intercambio de amor que florece hacia personas que aunque sus vidas sólo se rocen permanecerán para siempre.

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    1. Así es Luis. Lo importante, en el universo de las relaciones, es darnos cuenta de que solo la puntada de un roce con la otra basta para vincular nuestras almas para la infinitud. Decía aquel que, “basta una mirada para fundir dos almas para la eternidad”.

      ¡Gracias!

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  2. Juan Carlos: No sé si me recuerdas, pero soy la Gerontóloga de México (Culiacán) que tuvo la dicha de conocerte en Cádiz. Te felicito por todas tus aportaciones que nos enriquecen a todos los que de alguna manera estamos a diario en contacto con la Vida Adulta y con la preparación de los moribundos. Mi abrazo con todo cariño.
    Manny

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    1. Claro que sí, Manny, te recuerdo y cuento la anécdota de lo pequeño que es el mundo: coincidir nosotras, amigo y vecina de Becky de Ruiz aquí, al otro lado del Charco, en la pequeña Cádiz.

      ¡Gracias por leerme!

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