Era capaz de poner el universo en
movimiento apenas con dos palabras. “Cincuenta céntimos”. Estas dos palabras
formaban la frase, repetida hasta la saciedad, preferida de Fernando, un
jubilado con la voz quebrada, triste figura y luchando en su derrota. Para mí
que coincidí con él, paradojas de la vida, por su aspecto y por sus historias,
Fernando bien podría ser uno de los renglones torcidos de Dios. Era un
muñequito roto con diferentes capacidades, por su degenerativa enfermedad ósea
y su accidentada vida. Cadera descompensada que le obligaba a usar zapato con
alza de 6 centímetros, un codo desarticulado en un accidente con un bordillo,
boca torcida y mano derecha agarrotada eran algunas de las diferencias que,
junto a su vida en soledad y la condena al ostracismo por parte de quienes le
conocieron y familia, me hacían caer en eso de los renglones torcidos.
¡Cincuenta céntimos! ¡Cincuenta céntimos! ¡Cincuenta...! se lo escuchamos
decir a Fernando de sus labios como metralleta. Con poco se conformaba, podrían
pensar ustedes, y pocos podían ver lo que estas dos palabras escondían.
DEP
No hay comentarios:
Publicar un comentario