Mural pintado en la unidad de consultas pediátricas del Hospital Universitario Puerta del Mar, Cádiz |
Cuando la vida mueve a una
persona -que aún es joven para considerarla una adulta o que aún no tiene la
edad suficiente para dejar de ser una inmadura- a pasar por el trance de la
enfermedad oncológica ocurre como en la historia real de la Guerra Civil
estadounidense, que culminó en la batalla de New Market, en mayo de 1864. Un
grupo de cadetes adolescentes al abrigo de la guerra en el Instituto Militar de
Virginia debe enfrentarse a los horrores de un mundo de personas adultas cuando
son llamados a defender el Valle de Shenandoah. Dejando atrás su juventud,
estos cadetes deben decidir lo que están luchando. Atravesando un campo
enfangado dejan atrás sus zapatos. La batalla fue llamada del “Campo de los Zapatos
Perdidos”.
Así pienso yo que una persona adolescente debe sentirse al tener
que afrontar la enfermedad a tan temprana edad, cuando aún sus mejillas están
encarnadas de virtud. Descalza.
En muchos casos, las personas -y
en concreto para este texto, en la adolescencia- se ven arrastradas por la corriente
de un proceso cruel, bien como persona paciente o como familiar. Cuando la
muerte se abre camino paso a paso abre, también, una brecha en el inmaculado
lienzo de la inocencia pueril. No corresponde a esa edad -como relata Marta Ligioiz
en su libro “Curso de
vuelo para constructores de sueños” (https://books.google.es/books?isbn=8490197113)
“comprender que a veces es el momento de morir, de dejar el cuerpo sin
luchar, que es importante mimar ese paso con todo el calor y la consciencia de
que se fuera capaz, sin perderse en una locura”.
En esa edad, un tiempo fuerte en
el que tienen lugar cambios e intercambios, internos y con el entorno, donde es
la hora de la sencillez y la bondad, la idea de ir atada al faldón de una
camisa impuesta por la impostura injusta de la finitud del ser humano es una amargura
absoluta, despejada de realismo cotidiano, del juego físico y el verso blanco,
una ironía siniestra y absurda.
A pesar de la desatinada parodia
y el marasmo de dolor, la vida estimula un carmesí destilado en el fondo de la
copa. Las historias de superación y aprendizaje, realidades prácticas que
tienen mucho de mágicas irrealidades, se cuentan entre personas adolescentes
que han tenido y tienen que traspasar el oscuro umbral del cáncer.
En muchos casos la vida se
deviene en un intrincado teatro para desvelar una personalidad corporal,
emocional y volitiva, con una sabiduría orgánica e irreversible de la vida que
sorprende a las personas adultas que forman el entorno de esta juventud a la
que le toca vivir la pesadumbre y la desdicha de un insoportable diagnóstico.
A veces, cuando la persona
adolescente se encuentra en un páramo donde la fantasía es la puerta de salida
más obvia para recalar a la orilla de la seguridad, la libido de los colores de
su imaginación le hunden en la raíz primigenia de la salud mental: la inocencia,
donde el dolor se mitiga rescatando al naufrago del gélido océano de la
enfermedad.
A esta edad, y en la enfermedad,
hay necesidad de ser reconocida. Necesidad de amor. Necesidad de releer la
propia vida. Necesidad de sentido. Necesidad de perdón. Necesidad de establecer
la vida. Necesidad de continuidad. Necesidad de esperanza.
Y para acabar este post, una
invitación: es necesario sentir el tambor que suena en el interior para acogida por entre las ramas del Tejo aceptar la pérdida de los lazos frágiles, pero
extraordinariamente poderosos que nos unen a la vida y de esta manera, superar
el miedo a soltarse. Si estaba triste el otoño de la desolación, irrumpir en una
soleada tarde de mayo. No es momento de parar la función en el verdor de la
estación florida.
*texto inspirado por la película Un monstruo viene a verme*
Como siempre has tocado un tema tan delicado con la sensibilidad que te nace. Aceptar la lucha y posible derrota a tan tempranas edades lo describes con la fuerza y aceptación de quién ha convivido con ello. Un buen trabajo.
ResponderEliminarSiempre en tu línea, llegando al corazón.
ResponderEliminarEs cierto que estás creciendo.
Muy buenos días Juan Carlos, en este texto estamos ante la versión mas clara de prosa poética. El texto en ocasiones se marcha por las emociones interiores que necesitan del peso de las palabras para volver al texto, pero esta claro que la tendencia es a la ingravidez.
ResponderEliminarUn fuerte y sincero abrazo, tenemos pendiente un café para darte un abrazo.
NAMASTE
ARMANDO
Un placer leerte Juan Carlos, un saludo.
ResponderEliminarLa injusticia que azota a todos los inocentes: a los que padecen la enfermedad y a los que pisotea este temido cangrejo en sus inesperados desplazamientos. De una u otra manera todos son víctimas. Lo dicho, toda una injusticia.
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