Estación de Francia, Barcelona |
Desde su creación en las cavernas
del fuego, un fantasma de antiguos caminantes, habla, a las fibras más hondas
del alma personal y colectiva, de caminos discrepantes que nos conducen a la
nada o nos abren puertas a un mundo inesperado.
Pequeño misterio ácrata que brota
del manantial del corazón, con la frescura de mágicos lenguajes arcanos,
impulsa al caminante a atravesar cada nuevo viejo solar para habitar espacios
afectivos de relación con la otra, con la desconocida hermana.
Las enajenantes formas del
vínculo con las otras, sin perder y conservar la linealidad de nuestra esencia,
ha generado unos estilos que, en su versión más conurbana del enlazamiento con
todo lo que está a nuestro lado, ya sea en la estampa del tiempo presente o a
través de viajes al pasado y/o el futuro, se asemejan a sopa de proto-almas.
Las notas que se han caído de las
líneas del pentagrama y bailan desperdigadas por el borrador de la partitura,
es la metáfora del universo de relaciones intrapersonales e interpersonales, de
relaciones con una misma y con el entorno. Una sinfonía de muerte y aceptación
del Yo.
De cómo nos desequilibra el chisporroteo
de neuronas que al entrelazarse malabáricamente para construir y proyectar mil
escenas que nos llevan a relacionarnos con y para seguir siendo nosotras a
través de las otras. Actuando disfrazadas sin ocultar nuestra esencia y
salvaguardarnos del fuego generativo de la enredada madeja y el complicado
laberinto de perder libertad y vaciar el alma en pos de la relación, no nos
hablan los cuentos.
La enjundia en las relaciones es
la expresión de nuestro deseo. Vivenciado a través de la mirada, las palabras,
el gesto, la caricia, el abrazo, expresiones entre seres que hacen de su deseo
a la otra. Siendo cualificadas de aprehender de la otra para descubrir que, el
Yo hace de la Otra, alcanzando en la comunión el Nosotras, que es el sustrato de
nuestra propia y particular naturaleza sustancial.
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