Museo Ciencias Naturales Barcelona |
No es la raza humana un modesto
ni honesto reino de humanidad, muy por el contrario, es más bien un infinito despropósito
de des-humanidad. Así, dicho en dos palabras: “des-humanidad”.
Desde que el hombre habita la
tierra, allá por la noche de los tiempos, ha ido in crescendo sin rienda ni
contención alguna hasta los límites en los que nos encontramos hoy día de falta
de humanidad.
Ya se dijo antes: “el hombre es
lobo para el hombre” y se quedaron cortos. Es lobo para el hombre y para todo
lo que se contiene en los límites del universo.
Estamos arrasando con todo y pese
a tener claro que Tierra, nuestra casa, solo tenemos una, aun así, seguimos
extenuándola y extinguiendo a todo ser viviente, incluyéndonos a nosotras
mismas.
De vez en cuando, nos conmueven
imágenes de destrucción por parte de la mano del hombre o imágenes de millones
de personas (infancia, adultas y mayores) muriendo unas por hambre, otras por
guerras, otras en las aguas de mares que son fronteras entre la desesperanza y
la esperanza como nos mostró Jordi Ebole en el pasado “Salvados, Astral” y
podemos ver cada día si buscamos la noticia. Líneas que separan la vida y la
muerte trazadas con tinta de impiedad y atrocidad. Trazos que separan a unas de
otras solo porque el destino quiso que tú, yo, nosotras naciéramos a este lado
del mundo. Y, sin embargo, pasados unos días, cuando ya el Papa y otras jerarquías
civiles, militares o políticas olviden, también lo que está ocurriendo y, que no
es solo de ahora, que ha pasado siempre, volveremos a nuestra queja individual
o colectiva de que caro está el recibo de la luz, el partido de Champions o
sobre esta o aquella descabezada estatua de un dictador caído y muerto.
Y si nada (nosotras) lo impide, estamos
avocadas a desaparecer de la faz de la tierra. No obstante, la huella fósil que
dejaremos para la posteridad será imborrable durante miles de años. Ironía de
la historia. Nuestro rastro perdurará a través de los tiempos para, quizás,
dejar escrito que el hombre sin ayuda de nadie llegó a la perpetua e
irrevocable destrucción de sí mismo montado en un Ferrari rojo, unas, otras
arrastrándose por el fango.
Para acabar este post quiero
citar a André Malroux: “En un universo bastante absurdo, hay algo que no lo es:
lo que podemos hacer por los demás”.
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