El
tren, para las románticas en viajar, es el vehículo perfecto para perderse en
el olvido del tiempo y dejarse rozar por el traqueteo que producen las vías y
así descansar la loca del vivir cotidiano. El tren, una parada en el tiempo
entre dos puntos: la despedida y el encuentro.
Quiero
decir, que al subirnos al tren dejamos atrás amores, trabajos, amistades, etc,
etc, etc. Y al bajarnos de él, nos encontramos con otros amores, otros
trabajos, otras experiencias.
Y
tiene el tren una parada en el tiempo que puede o no desviarnos de nuestra
agenda programada. El tren, enamora, cautiva, encandila y arrebata. Hay una
experiencia, en el espacio y el movimiento del tren, que nos precipita y nos disuelve
en las vidas de otras que comparten el trayecto. Nos traspapelamos y decoloramos
en una nueva realidad, en un lineal movimiento que avanza y que si nos dejamos
atrapar nos trasborda y condiciona para el encuentro en nuestro andén de
destino. Al bajar del tren, allá donde nos dirigíamos, ya no somos las mismas
que subimos desde el andén de partida. La experiencia del trayecto nos cambió.
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