domingo, 17 de abril de 2016

Dios como el Diablo, y otros

rocorte del mural en el
centro escenico Alboli
Dios como el Diablo


Las palabras que ha aprendido por la noche, susurradas por la sierpe, forman una enredada madeja fonética que ni Eva misma llegaba a comprender. Voz de cabeza, voz de la conciencia, voquibles que van y vienen o dan largos vagabundeos multiplicándose por las colorradas oquedades de su interior. El complicado laberinto de la razón no le ayudaba y le ocultaba la hermosa melancolía del para qué todo era una metódica anarquía. Palabras repetidas con la inconstante cadencia de las olas del mar que le sonaban mantra de mediodía y, a la vez, amalgama de armonías saturadas hasta la náusea que le hacían naufragar en el gélido océano de la incomprensión:

- “Vivir una misma vida, una y otra vez, por toda la eternidad, al cobijo del libre albedrío, te llevará por entre todas las posibilidades”-, le dijo.


Omnisciencia granizada

Cada vez que le hablaba del último sobre rechazado mostraba una media sonrisa, por la manera en que contraía las comisuras de sus labios, y siempre el mismo soniquete: “Nuestra sociedad produce muchos sobres inútiles y, en la misma medida, también seres humanos inútiles; no es el caso de los míos ni te conviertas tú en uno de ellos”, me solía recitar mi abuelo que era un elegantísimo filosofo curtido en la vida y con una clara idea de la pureza en forma de suspiros. Algo de narcisista y autocomplaciente, mi abuelo Paco, de profesión cartero, regalaba sobres que, acaso por su ponderación y sensatez, en ciertos aspectos nos habían permitido superar algunas vicisitudes. Recuerdo cuando me hablaba de ser felices y recuerdo tener guardado uno de sus sobres que contenía el siguiente axioma: “Ser feliz y radiar esa felicidad a tu entorno, implica, ser capaz de soltar las emociones”. Y recuerdo pedirle que me lo desarrollará –“mi querido Juan, me decía, donde tenemos las emociones tenemos la vida y bloquear las emociones significa bloquear la vida”. Yo, cartero como mi abuelo, os regalaré este sobre: “aprieta la vida y suelta los miedos”.


recorte del mural en el
centro escenico Alboli
Ninette y la extraña mirada

Pero nunca, sin saber por qué, dejarán de mirar hacia arriba, hacía las nubes de un cielo que nunca cambia, que oculta una impía verdad. Debido a la grisura de sus tonalidades daba a entender que su autor debía de ser daltónico al no percibir la mugre acumulada en forma de nimbos sollozados...

-Qué lindo es estar loca y andar suelta con la mirada inmoral- pensaba Ninette, hija de un matrimonio de Murcia y protagonista de centenares de historias, unas en tardes grises, donde ella veía llover y sentía gente correrse, otras, donde solo me veía a mí. Ninette es una prostituta que, por casualidades de la vida me conoce cuando yo era un joven apocado. Me enamoré, la recogía de su casa y la acompañaba a misa los domingos por la mañana y al burdel todas las noches, con una profunda inocencia de la legítima ocupación de mi amada...

Una seca mañana, de súbito y a quemarropa, reaparecen sus padres y desde entonces, nunca, sin saber por qué, alzan la mirada perdida por entre las nubes y se preguntan en qué momento erraron en su educación.


Al alba

Lo que daría porque fuese ya de día y su dulce voz me susurrase “lavavajillas”, “espumadera” o “colesterol”. Qué daría yo porque cada cuarto de hora pudiera chupar un polo de limón y fantasear sobre placas de quebradizo hielo del Lago Baikal. Ahí, lo que daría por un encuentro, o un simulacro de realidad, subiendo como la espuma de la leche y, que los pájaros del deseo, que dormitan en la vasta mañana del laberinto de mi dispersa mente, se despertaran al yo que lo habita. Ah, comunicación sororica de la caja de resonancia que se abandona a la atracción de la cadencia, el ritmo y el compás de la partitura de lo más hondo del adentro. Lo que daría porque los dedos rosados del alba susurraran palabras nuevas a mi niña interior para despertarla a la vida.



*Centro de Artes Escénicas de Arbolí


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