sábado, 7 de junio de 2014

el poder de las palabras

ecografía de la palabra
Dice aquel que “no nos afecta lo que nos sucede sino lo que decimos sobre lo que nos sucede” Epicteto, filósofo griego, esclavo en Roma.

Es cierto, como también es cierto que el vocabulario que utilizamos es determinante para que nos habite una energía en uno u otro sentido de la balanza emocional. El léxico que usamos para definir o expresar como nos sentimos o bien condiciona  o bien es delator de nuestro estado de ánimo y de nuestra salud.

Habría que decir también que las palabras que ponemos a nuestro día a día, son las que marcan el ritmo. Si no prestamos atención, si no ponemos conciencia a nuestro lenguaje hablado o manuscrito las palabras nos traicionaran. Una palabra mal dicha o fuera de lugar es una piedra arrojada, ya no tiene vuelta atrás. Más aun, cómo las pronunciamos: la cadencia, el tono, la sensibilidad, la calidad de las palabras marcan la frontera entre la salud y la afección, el orden y el caos. No es lo mismo “estoy sufriendo dolores, mi vida es un infierno” que “estoy viviendo el dolor y equilibrando mi vida con él para seguir adelante”. El cómo nos expresamos en el día a día redundará en la calidad de nuestra vida.

Admitamos que  la comunicación verbal supone el 7% del mensaje que emitimos, sin embargo el potencial energético que poseen las palabras las hace instrumentos que dependiendo del manejo de estas nos recompensaran o penaran.

Es fácil comprender qué a través de las palabras educamos, establecemos pensamiento, configuramos el carácter, aportamos seguridad y reforzamos la autoestima. Por ello, cuando utilizamos las palabras estamos creando una realidad, nuestra realidad.

Es de aquí que un adecuado uso del lenguaje en el dialogo con la otra y con nosotras mismas, o al describir las relaciones existentes entre yo y el entorno exige mesura y celo con las leyes que rigen la lengua. Ya que de las palabras emana una cascada de energía más allá de su significado y composición. Cada persona transmite fuera, a los demás, lo que lleva dentro y es reconocido, y por eso nuestras palabras pueden llevar a la sensación de sumergirse en agua helada o de tender manos y construir puentes que nos permiten cruzar hacía la otra y para que la otra penetre en nosotras.

No me cabe duda que la palabra consuela, alienta, inspira, erotiza, alivia, seduce, libera,… pero también enoja, aflige, amenaza, acorrala, aísla… Y desde esta certeza es que debemos pasar las palabras por el filtro del amor. Amor que es paciente y bondadoso, no es orgulloso ni envidia, no se irrita, todo lo cree y todo lo espera y así las palabras serán justas y verdaderas.

Acudamos a la usanza de la palabra escrita, más pausada y reflexionada que la dicha, que nos ayuda e instruye en el uso del verbo para una perfeccionada expresión en nuestro habla.

Como breve conclusión sea lo que fuere que pronunciemos si su fuente brota de la conciencia reposada y puesta la mirada en el amor, con sano criterio, puedo decir que, además de ser escuchadas o leídas y entendidas, estas palabras nos elevarán.

1 comentario:

  1. — ¿De qué murió?
    — se asfixió con las palabras que nunca dijo.

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