lunes, 14 de octubre de 2013

una escuela de vida

Parador Atlántico, Cádiz
Escribir sobre el camino en la vida es un tema que ya toque anteriormente en el post: “caminante no hay camino”. Y, me reitero lo nuclear de que “nuestra tarea en la vida es encontrarnos a nosotros mismos”. Y, para ello, es necesario completar el puzzle de nuestros deseos, el puzzle de nuestras necesidades, el puzzle del universo de nuestras emociones, el puzzle del conocimiento de nuestro cuerpo, el puzzle, en definitiva, de nuestro ser holístico que somos: físico, psíquico,  social, espiritual y emocional.

Para ello, expresaba la necesidad de adherirnos a una escuela" con un maestro/a que nos guie por la senda. No obstante, añadía que “ni el maestro ni el camino han de ser dogmáticos”. En esto, debemos “elegir juiciosamente”: sobre el camino, la escuela y el/la maestro/a. No necesariamente en este orden. Te puede surgir el maestro y te señale un camino o una escuela. También, podría ser que encontraras un camino que te lleve hasta la escuela y en ella al maestro. O, bien podría ser que te unieras a una escuela y que el guía te lleve hacía el camino. Es aquí, donde debemos prestar la máxima atención para elegir juiciosamente. No es que sepamos elegir bien o mal, no existe nada que nos indique cual es la correcta elección hasta que no hemos entrado en la gruta y equivocado el rumbo, y es entonces cuando extraemos solo la enseñanza. Elegir juiciosamente tiene más que ver con una elección sana para ese momento, en esas circunstancias, en una determinada situación y coyuntura concreta.

Nos ayudará, entre otras, adoptar de las enseñanzas de Buda, como ya refleje en el anterior post, las “cuatro confianzas”:
Ø  Confía en el mensaje del maestro, no en su personalidad;
Ø  Confía en el sentido, no sólo en las palabras;
Ø  Confía en el sentido real, no en el provisional;
Ø  Confía en tu mente de sabiduría, no en tu mente ordinaria y llena de prejuicios.

Pues bien, estoy en el proceso de elección, he encontrado una escuela que me adviene y me estimula. En principio son solamente reuniones informales (en grupo muy reducido: 4 a 6 personas), en petit comité, acompañados de una o varias personas que ya forman parte de la escuela. Leemos textos (conferencias filosóficas, libros sugeridos, etc.) y  nos planteamos dudas, ponemos en tela de juicio, reflexionamos o simplemente, y es de lo que se trata, adquirimos conceptos, los conceptos con que se comunica la escuela. Un lenguaje teórico que es propio en la escuela.

Somos iguales –los noveles y los veteranos-, personas que buscamos, que no estamos conformes con que todo sea lo que nos despachan desde fuera. Que sentimos la llamada a trascender, a calmar la sed, a acallar los ruidos incesantes de una sociedad materializada y el murmullo de nuestra mente y encontrar argumentos y premisas con otros/as y en las convulsas quietudes de nuestro interior.

¿Qué tiene esta escuela que me provoca?

Pues que no hay un maestro concreto al que seguir, ya es motivo suficiente para una persona como yo: rebelde sin causa, que no se somete al dictado. Aunque, si bien es cierto que hay una filosofía cristalizada, por tanto una maestría transmitida a la que atender. Son muchas las fuentes de las que bebe la escuela: Gurdjieff, Ouspensky, tradiciones sufíes, Manual de Vida de Epicteto, filosofía tibetana, etc. También motivo sobrado para mí - ávido insaciable de catar los néctares azucarados de todas las flores-.

Ahora bien, sí que hay un guía. Un guía que te observa en tu camino y que te meterá el dedo en la llaga si viere que te desvías de tu senda y te espoleará si retienes tu ritmo sin motivo. Que no te responderá preguntas, te las hará.  Un guía que lo es porque inicio su camino antes que tú, dentro de la escuela, que no lo es sólo por su personalidad y liderazgo, sino por su nivel de conciencia del ser y sus yoes, fruto de la lectura y la recitación, de la meditación, del movimiento y la danza, de la experiencia empírica y el ejercicio de la consciencia.

Es está, una escuela que me muestra un sentido que yo comparto y anhelo: encontrarme conmigo y el cosmos. Llegar a trascender de lo meramente físico. Una escuela que no se detiene en la palabrería, que va más allá. Una escuela que no finita en lo temporal, en lo efímero, en lo provisorio y accidental. Una escuela que deja atrás lo ordinario, lo frecuente y lo impertinente de nuestros días. Es con esto que me alineó.
Hubiera podido escoger, pero aún no he elegido, ni la escuela me incita y apremia. Es un proceso que llevaré, así me alienta la escuela, con una máxima: sin tiempo, con dilación y callada prudencia.

Sin tiempo previsto y pautado, con sosiego y quietud. Acudiendo, sí, a encuentros programados y consensuados  sin otra exigencia que la que yo me asigne. Esta es: un método por etapas que no prevé fechas ni horarios ni metas. Etapas que nacerán a cada paso. Con silencio mental y recogimiento, con meditación en movimiento que es mi hábito de práctica. Acallando las palabras para que hablen los silencios. Eludiendo los ritmos de vida que me llevan hacia fuera. Ritmos que me inculca la cultura occidental, las “culturas avanzadas”, nuestra cultura.

Con dilación. Es un camino de vida para toda la vida. Una senda que recorrer para encontrarme conmigo en una vida performativa y cambiante. Donde abra momentos de vislumbre del YO esencial, que no superaran los dos minutos de consciencia y el resto, auguro, serán momentos de búsqueda, momentos de pérdidas, momentos de desencuentros, de alegrías, de falsas alegrías, de estar arriba y de bajadas despeñadas.


Como últimas palabras de este post, es mi deseo: toda una vida de vivir conmigo y en la búsqueda de mí, junto con otros y otras. ¡Este es mi propósito!


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