Hoy las
nubes me trajeron, volando, mientras caminaba lisonjeando la Playita de las
Mujeres, exhorta en mis pensamientos, un rostro que no me dejaba indiferente.
Ella cruzó altanera el paso de peatones y se incorporó a mi trayectoria
revelándose en forma de suspiros, justo, cuatro pasos por delante. En sus
primeros progresos al frente de mi marcha ella giraba la cabeza, más de dos,
más de tres y una más, para admirar un horizonte perfilado por casas en riadas
de escalones arriba y abajo y el Castillo San Sebastián al final del trazo ¡Que
pequeño sobre el mar y que magnánima su fortaleza!
La luz era
temprana, cegadora si miras al Este. A ella, se le llenó de caballos la sombra
que proyectaba y las facciones de su rostro, atesoradas de toda sensibilidad
sobre el celeste lienzo que se sustenta en la línea del mar, me excitaban.
Yo, caballo
por su sombra, cómplice callado de su desfilar, sincronicé mi paso al suyo para
apreciarla a corta distancia y sentir el ritmo del timbal que suena en su
interior. Advertí como su rubio ondulado cabello flotaba, al igual que la
avanzada de nubes sobre el horizonte, y que olía a rocío. Matices que me
sumergen en el patio de mi memoria que un día fuera una fuente con agua y que llevaba tiempo seca, estampa
que despertó en mí ansias de pretenderla.
En un
santiamén, su mano izquierda, sutil como el planear de las gaviotas, reajustó
por detrás, la camiseta ahogada bajo la mordaza del talle de la chaqueta de
piel canela que cubría su estilizada figura. Por un instante, desvié la
atención a que las gaviotas se entrelazan con otras a lo largo de la playa y
que nos acompañaban con sus grotescos graznidos. Entonces lo oí y aunque no
encontraba la causa, la causa estaba y se me desveló, era el sonido
imperceptible de los flecos que engalanan su coqueta bandolera verde mar tintineando
sobre su pierna derecha. Al unísono se
veló para mis tímpanos el goteo sonorico de coches que al igual que con el
desfile de cientos de pensamientos que pululan mi mente cada día, en lugar de
domarlos, les deje transitar para fijar mi atención en el sonido que su
contoneante cuerpo a través del frescor de la mañana iba cortando la brisa
delante de mí.
Y fue
entonces, cuando posé mi mirada en sus huellas. Sus tacones, instrumentos que
atesoran un vibrato de placer, hicieron saltar los cerrojos que encarcelaban mi
alma y me poseyeron. Un paso tras otro, sobre el revestido recién saneado,
entonaban el ritmo y la cadencia del incesante vaivén de olas que mueren unos
metros más abajo y, con la salada humedad del asfalto que bañaba mis sentidos, quede
esposado a sus seductivos andares.
Repentinamente,
ella se giró dócilmente a la izquierda y encaró su rumbo para franquear la
avenida. Experimente un soplo de rebeldía. Yo, que no quería perderla, alcé mi
voz con un ¡Espera y Adiós y Gracias! Ella, volvió su rostro espontaneo,
sencillo, natural, una sola vez y sonrió ¡Adiós!
Comprendí al
instante, en la larga cola de la despedida, infundida por la sabiduría métrica e
invisible del amor, que nuestros latidos habían caminado al unísono desde la
playa de Santa María del Mar hasta Isecotel y el
agua que no corría volvió para darme el agua y enamorada la deje marchar.
Hoy las nubes me trajeron,
volando, el mapa de España,
¡Qué pequeño sobre el río,
y qué grande sobre el pasto
la sombra que proyectaba!
Se le llenó de caballos
la sombra que proyectaba.
Yo, caballo, por su sombra
busqué mi pueblo y mi casa.
Entré en el patio que un día
fuera una fuente con agua.
Aunque no estaba la fuente,
la fuente siempre sonaba.
Y el agua que no corría
volvió para darme el agua.
volando, el mapa de España,
¡Qué pequeño sobre el río,
y qué grande sobre el pasto
la sombra que proyectaba!
Se le llenó de caballos
la sombra que proyectaba.
Yo, caballo, por su sombra
busqué mi pueblo y mi casa.
Entré en el patio que un día
fuera una fuente con agua.
Aunque no estaba la fuente,
la fuente siempre sonaba.
Y el agua que no corría
volvió para darme el agua.
Rafael Alberti: Baladas y canciones del Paraná (1953-1954)
Un poco tarde para decirte una vez mas que escribes como quieres, muy bien.
ResponderEliminarSaluditos
Un texto precioso, Juan Carlos, entran ganas de salir a pasear con lluvia y todo en busca de uno de esos momentos mágicos.
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