Las besa con suma conciencia para
no equivocarse, comprendiendo que a veces es el momento de dejar marchar, de
morir sin pugnas, de perderse en la locura, en un suave suicidio. Será una gloriosa
experiencia separar para la hoguera las suyas de las mías y legar a la
posteridad, esa dama anticuada, pequeñas betas doradas en un álbum de fotos sin
dobleces.
Regreso imprevisto
Van a ir a comprarse un vestido
nuevo y un helado, y será lo primero que hagan nada más llegar a la ciudad, les
dijo con autosugestión. Ana y Gema, le sonrieron a pesar de que sus rostros
reflejaban una contorsión de dolor y resignación. Ambas sabían que su madre
solo pretendía extraerlas de aquella realidad que tanto le costaba a ella misma
de asimilar. Nunca podía imaginarse un final como el que se precipitó a su llegada
al campamento de verano, donde dejó, días atrás, a sus radiantes trillizas.
BREUKELEN (palabra de origen holandés, y que da
nombre a una pequeña ciudad de este país, que significa “pantano pequeño”, “breuk”-pantano
y “elen”-diminutivo, origen del nombre Brooklyn).
En el cuento de Navidad de Auggie
Wren, hay un personaje peculiar, por sus maneras y por la amputación de su mano
derecha, Cyrus Cole. Cyrus perdió su mano en un accidente, a muy temprana edad,
jugando con la podadora de su padre. Su padre, el buen hombre, que vivía la salud en clave
de moral con Dios, interpretó en el suceso la mano del castigo divino y desde
el mismo instante de aquel trágico advenimiento encomendó su alma y el fruto de
su trabajo a la Iglesia Luterana por lo que Crus, que así le gustaba de llamar,
paso calamidades en la mesa amen de la exclusión por su condición de manco y
señal divina del pecado.
Crus vivía junto a una tienda de
tabacos en la esquina entre la Calle tres y la Octava Avenida de Brooklyn. Le
gustaba pasar las tardes en el parque del Puente de Brooklyn, desde donde se
admiraba la famosa montaña rusa de madera, la Cyclone, al sur, en Coney Island.
Jugaba, e imaginando que tenía ambas manos, a ser jardinero del parque y que creaba
figuras de árboles de Laurel traídos desde la India. Además, se había propuesto
crear el laberinto de setos más descomunal y entreverado del que nadie pudiera
salir sin su ayuda. Por encima de todo, Crus, deseaba sentirse útil y
reconocido. Encontrando en la jardinería una evasión y la ovación de cientos de
turistas y broklinites.
Así es, Cyrus fue contratado por
el ayuntamiento del condado de Brooklyn, mucho antes de que la ciudad fuera
absorbida por el conglomerado urbano de New York y con el tiempo, su arte y su singularidad,
le otorgaron el sobrenombre de “el mago jardinero manco”.
Crus, era un joven por entonces,
escuálido, de tez morena y paticorto, cualidad que para trabajar sobre el
césped le beneficiaba pero que para tallar los árboles necesitaba de todo tipo
de plataformas elevadas. Persona que no se dejó vencer por su diferente
capacidad y que con una apasionante voluntad y un prodigioso don consiguió que
se le reconociera y homenajeara cada año por sus remodelaciones del espacio
verde de la ciudad. Su esmero y la
armonía con que trabajaba otorgaban a los jardines, parques y estanques, en
relación con el rocio, los colores, las nubes y el sonido de la naturaleza una energía
y vitalidad sin parangón en el mundo de la floriescultura y el paisajismo.
Aunque había cursado estudios en la Facultad de Floricultura y sentado catedra
en la asignatura, su don en el manejo de las tijeras, el diseño y la
ornamentación le venían, decía él, del reequilibrio divino, “me castigó por mi padre y me redimió por mi
tesón y amor a la naturaleza”.
El registro grafico de sus
recreaciones y trabajos paisajistas lo realizo el que llegó a ser su amigo y
compañero de largas jornadas, el fotógrafo Auggie Wren, al que conoció en la
esquina de su casa mientras este retrataba una mañana y mañana y mañana, así
todos los días del año, el mismo encuadre de su calle.
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