Siempre hay algo pendiente, “un tengo que”, que me impide hacer lo que
quiero. ¿Qué o quién me lo impide? “Si no hay nada que me vete, soy yo
mismo que me niego”. No obstante, no estoy tan segura de esta afirmación.
Aunque ¡como frase es ingeniosa! y da para reflexionar un rato. Incluso,
para una amena tertulia entorno a una tetera con agua caliente y la adecuada
mezcla de hierbas. Siempre hay algo… y es curioso, cuando menos.
De con la facilidad que nos contamos historias que nuestra mente integra como válidas
y que simplemente son invenciones, que nos apartan de la que realmente
queremos, deseamos o necesitamos es de lo que me incita a escribir en referencia a las barreras mentales que nos coartan desde dentro.
La mente, llamada de muchas maneras, también “la loca” desde la oscura
noche de los años pasados, es estricta en esto de gobernarnos. Es dictatorial,
no permite que nada ni nadie (los sentimientos, las emociones, el corazón o las
entrañas) transgreda sus dictámenes. La mente todo lo razona y formula hasta
reconducir la situación a su favor, enfatizando y dando prevalencia a su interés.
Que no se turbe su mundo creado a imagen y semejanza, sujeto por pilares
argumentados: "el programa".
“Querer es poder” sí le aplicamos la frase a la mente, "si la mente quiere,
puede" y encuentra el patrón a seguir para que se dé. Pero, cuando el querer, el
deseo o la necesidad no emanan de la razón sino del plano emocional o del
instinto animal la historia cambia. Comienza todo un proceso de valoración de
donde van surgiendo la culpa, la dicotomía entre el bien y el mal, la vergüenza
o los miedos… Todo esto, digo yo, no son otra cosa que barreras mentales para
no dar el salto y atrevernos a vibrar con la vida, con nuestro aliento.
Atrevernos a ser, sentir y hacer aquello que nuestro YO interior (aquel que no
ha sido construido por nuestro pasado, determinado por el origen y el
nacimiento, la cultura, educación, los credos y sociedades) ha venido a
experimentar para crecer.
Considero que estamos aquí para continuar un camino, en algunos casos, o
para iniciarlo en otros o para culminarlo dependiendo de lo experimentada que
este nuestra alma. Un camino que no es otro que fundirnos, de nuevo, en el
TODO. Como el agua: al evaporarse del mar inicia un proceso pasando por nube,
lluvia, hielo, río… hasta volver al mar. En un momento, en el que se es gota de
agua, aparece una entidad individual distante del todo, que busca (y es su
única misión) retornar al mar, a reunirse con el TODO. Dejando de ser
gota para volver a ser TODO.
El alma que se viste con una forma corporal y mortal para, en un proceso de
crecimiento, (condicionado dirían unas o libre que dirían otras, pero que para
mí sé dan ambas circunstancias) acabar en el punto de partida más evolucionada.
El alma ES y al nacer viene de ALLÍ. Durante la vida vamos cargándola de
experiencias para con la muerte física regresar al origen, aportando la sabiduría adquirida al TODO.
Al nacer es como si zarpáramos de puerto en un barco inacabado,
adentrándonos en un mar incierto e inmenso que nos ira componiendo, cual
astillero, hasta regresar a puerto, con la muerte. Algunas vidas llegaran con un
yate acabado al dedillo. Otras, con un transatlántico o con una tartana
vapuleada por las olas y los envites de la mar (la vida). Todas con su viaje
realizado, eso sí, el que les correspondía para crecer allí dónde lo
necesitaba.
Todo cabe, menos la posibilidad de cambiar nuestro destino. Lo que tiene
que ser será. Nada ocurre, digo yo, por casualidad sino por causalidad. La vida
acontece por una sucesión de hechos concatenados, relacionados e
interrelacionados, con o sin argumento, pero sí con una trama o sucesión de ellas
que nos conducen hacia la muerte como colofón.
Bendita la muerte que nos quita el velo y nos pone ante la visión del TODO.
Quizás, no lo sé, todo se dé para que al final todo continúe siendo. Un mar
azul, a nuestra vista, sin embargo, transparente porque así es el agua.
Dicen algunas personas, viejas y curtidas por experiencias vividas, que
“casi todo cabe en una copa de vino”. Para mí que, Nada es lo que parece.
También a mi me gustaría cambiar el debo por el quiero, pero a veces resulta complicado. Me ha gustado mucho tu artículo.
ResponderEliminarSaludos
Muy buenas tardes Juan Carlos, esta claro que tu vena filosófica-mística continúa su singladura. Tenemos pendiente un café en la cubierta de abordo para empaparnos del agua salada de la mar y dejar que nuestras miradas se integre en un horizonte infinito.
ResponderEliminarUn fuerte y sincero abrazo
NAMASTE
ARMANDO