rocorte del mural en el centro escenico Alboli |
Las palabras que ha aprendido por
la noche, susurradas por la sierpe, forman una enredada madeja fonética que ni Eva
misma llegaba a comprender. Voz de cabeza, voz de la conciencia, voquibles que
van y vienen o dan largos vagabundeos multiplicándose por las colorradas
oquedades de su interior. El complicado laberinto de la razón no le ayudaba y
le ocultaba la hermosa melancolía del para qué todo era una metódica anarquía. Palabras
repetidas con la inconstante cadencia de las olas del mar que le sonaban mantra
de mediodía y, a la vez, amalgama de armonías saturadas hasta la náusea que le
hacían naufragar en el gélido océano de la incomprensión:
- “Vivir una misma vida, una y
otra vez, por toda la eternidad, al cobijo del libre albedrío, te llevará por
entre todas las posibilidades”-, le dijo.
Cada vez que le hablaba del
último sobre rechazado mostraba una media sonrisa, por la manera en que contraía
las comisuras de sus labios, y siempre el mismo soniquete: “Nuestra sociedad
produce muchos sobres inútiles y, en la misma medida, también seres humanos
inútiles; no es el caso de los míos ni te conviertas tú en uno de ellos”, me
solía recitar mi abuelo que era un elegantísimo filosofo curtido en la vida y
con una clara idea de la pureza en forma de suspiros. Algo de narcisista y
autocomplaciente, mi abuelo Paco, de profesión cartero, regalaba sobres que,
acaso por su ponderación y sensatez, en ciertos aspectos nos habían permitido superar
algunas vicisitudes. Recuerdo cuando me hablaba de ser felices y recuerdo tener
guardado uno de sus sobres que contenía el siguiente axioma: “Ser feliz y
radiar esa felicidad a tu entorno, implica, ser capaz de soltar las emociones”.
Y recuerdo pedirle que me lo desarrollará –“mi querido Juan, me decía, donde
tenemos las emociones tenemos la vida y bloquear las emociones significa
bloquear la vida”. Yo, cartero como mi abuelo, os regalaré este sobre: “aprieta
la vida y suelta los miedos”.
recorte del mural en el centro escenico Alboli |
Ninette y la extraña mirada
Pero nunca, sin saber por qué, dejarán
de mirar hacia arriba, hacía las nubes de un cielo que nunca cambia, que oculta
una impía verdad. Debido a la grisura de sus tonalidades daba a entender que su
autor debía de ser daltónico al no percibir la mugre acumulada en forma de nimbos
sollozados...
-Qué lindo es estar loca y andar
suelta con la mirada inmoral- pensaba Ninette, hija de un matrimonio de Murcia
y protagonista de centenares de historias, unas en tardes grises, donde ella
veía llover y sentía gente correrse, otras, donde solo me veía a mí. Ninette es
una prostituta que, por casualidades de la vida me conoce cuando yo era un
joven apocado. Me enamoré, la recogía de su casa y la acompañaba a misa los
domingos por la mañana y al burdel todas las noches, con una profunda inocencia
de la legítima ocupación de mi amada...
Una seca mañana, de súbito y a
quemarropa, reaparecen sus padres y desde entonces, nunca, sin saber por qué, alzan
la mirada perdida por entre las nubes y se preguntan en qué momento erraron en
su educación.
Lo que daría porque fuese ya de
día y su dulce voz me susurrase “lavavajillas”, “espumadera” o “colesterol”.
Qué daría yo porque cada cuarto de hora pudiera chupar un polo de limón y fantasear
sobre placas de quebradizo hielo del Lago Baikal. Ahí, lo que daría por un encuentro, o un simulacro de realidad, subiendo como la espuma de la leche y, que los
pájaros del deseo, que dormitan en la vasta mañana del laberinto de mi dispersa
mente, se despertaran al yo que lo habita. Ah, comunicación sororica de la caja de
resonancia que se abandona a la atracción de la cadencia, el ritmo y el compás
de la partitura de lo más hondo del adentro. Lo que daría porque los dedos
rosados del alba susurraran palabras nuevas a mi niña interior para despertarla
a la vida.
*Centro de Artes Escénicas de Arbolí
*Centro de Artes Escénicas de Arbolí
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