Con un sol de otoño entrando por
la ventana en las horas postreras, poco frío y mucho sudor, antesala del invierno.
Una persona singular, de carácter recio porque la vida la curtió en mil
batallas. Mujer elegante en su vestir y sus formas, recta e implacable, sin
dobleces, nos ha dejado cumpliendo su ciclo vital.
Quienes mejor la conocen saben lo
que le toco vivir, huérfana de padres se ocupó de sus hermanos y con el rodar
de la vida fue perdiéndolos hasta quedarse sola.
Después de dar dos vueltas al
mundo, acabo sus días en una residencia, donde recibió cariño y cuidados, pero
donde no encontró su sitio ni fue comprendida. Y, por eso, ya con la razón
jugando al escondite, acabó por perderse en el “ven pa cá”. Capaz de mantener
en su regazo un animal indefenso e inanimado durante horas protegiéndolo de
miradas y ajenas, no fue capaz de mostrar apertura hacia sus convecinos,
quizás, pienso yo, para salvaguardar su estatus manteniendo un control de su
ínfimo espacio de seguridad, cada día quebrantado por aquellas que la cuidaban.
Como si fuera una dulce oración
de peregrina, mantra de mediodía, canción de juventud, recitaba una y otra y
otra y otra vez el “con Dios me acuesto, con Dios levanto, la Virgen María y el Espíritu
Santo”. Un rezo a un Dios cuyo nombre desconocemos, nosotras naufragas en el
gélido océano de su incomprensión, pero que quizás ella sí que le conocía,
viajera incansable y buscadora de los suyos.
Yo tuve el privilegio de coincidir,
conocerla y tratarla al final de sus días. Sí, como dijo aquel poeta y
trovador:
“Soy vecino de este
mundo por un rato
y hoy coincide que también tú estas aquí
coincidencias tan extrañas de la vida
tantos siglos, tantos mundos, tanto espacio y coincidir”
y hoy coincide que también tú estas aquí
coincidencias tan extrañas de la vida
tantos siglos, tantos mundos, tanto espacio y coincidir”
Coincidí con ella porque así
quiso la vida que fuera y su sobrina que nos presentó y quiero recordarla
siempre, por eso estas palabras de homenaje. Recuerdo en la que ha sido la
inesperada última cita que, con dolor para nuestro sentir, la encontramos en un
baño de injusticia, olvidada de aquellas a las que se le encomendó su cuidado.
Después de esta desapacible tarde la encontró la Muerte, sola, casi como había
vivido una parte de su vida. Su pelo, de betas doradas, la coronaba y recuerdo
haberla peinado y atusado y perfumado. No estoy seguro de que ella aceptara
esta licencia mía, pero yo sentía que quería hacerlo. Ahora, a la postre,
guardo esos momentos como “Un Tiempo Fuerte”, en el que tienen lugar los
últimos intercambios y las últimas palabras. Recuerdo, también anecdóticamente,
una primera cita regida por que la pulcritud en el calzado de aquellas que le
acompañaran no desentonara de sus cánones. –“a ver que zapatos llevas no seas
como esas pilinguis que van por ahí con chanclas”, recuerdo con diáfana claridad
estas palabras suyas. Yo acudí avisado y me presenté calzado con decoro y
aceptó mi compañía.
¡Gracias Carmen y buen viaje!
DEP
Hermosas palabras Juan Carlos, transmiten ese intercambio de amor que florece hacia personas que aunque sus vidas sólo se rocen permanecerán para siempre.
ResponderEliminarAsí es Luis. Lo importante, en el universo de las relaciones, es darnos cuenta de que solo la puntada de un roce con la otra basta para vincular nuestras almas para la infinitud. Decía aquel que, “basta una mirada para fundir dos almas para la eternidad”.
Eliminar¡Gracias!
Juan Carlos: No sé si me recuerdas, pero soy la Gerontóloga de México (Culiacán) que tuvo la dicha de conocerte en Cádiz. Te felicito por todas tus aportaciones que nos enriquecen a todos los que de alguna manera estamos a diario en contacto con la Vida Adulta y con la preparación de los moribundos. Mi abrazo con todo cariño.
ResponderEliminarManny
Claro que sí, Manny, te recuerdo y cuento la anécdota de lo pequeño que es el mundo: coincidir nosotras, amigo y vecina de Becky de Ruiz aquí, al otro lado del Charco, en la pequeña Cádiz.
Eliminar¡Gracias por leerme!