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ecografía de la palabra |
Es cierto, como también es cierto
que el vocabulario que utilizamos es determinante para que nos habite una
energía en uno u otro sentido de la balanza emocional. El léxico que usamos
para definir o expresar como nos sentimos o bien condiciona o bien es delator de nuestro estado de ánimo
y de nuestra salud.
Habría que decir también que las
palabras que ponemos a nuestro día a día, son las que marcan el ritmo. Si no
prestamos atención, si no ponemos conciencia a nuestro lenguaje hablado o manuscrito
las palabras nos traicionaran. Una palabra mal dicha o fuera de lugar es una
piedra arrojada, ya no tiene vuelta atrás. Más aun, cómo las pronunciamos:
la cadencia, el tono, la sensibilidad, la calidad de las palabras marcan la
frontera entre la salud y la afección, el orden y el caos. No es lo mismo “estoy sufriendo dolores, mi vida es un
infierno” que “estoy viviendo el dolor
y equilibrando mi vida con él para seguir adelante”. El cómo nos expresamos
en el día a día redundará en la calidad de nuestra vida.
Admitamos que la comunicación verbal supone el 7% del
mensaje que emitimos, sin embargo el potencial energético que poseen las
palabras las hace instrumentos que dependiendo del manejo de estas nos
recompensaran o penaran.
Es fácil comprender qué a través
de las palabras educamos, establecemos pensamiento, configuramos el carácter,
aportamos seguridad y reforzamos la autoestima. Por ello, cuando utilizamos las
palabras estamos creando una realidad, nuestra realidad.
Es de aquí que un adecuado uso
del lenguaje en el dialogo con la otra y con nosotras mismas, o al describir
las relaciones existentes entre yo y el entorno exige mesura y celo con las
leyes que rigen la lengua. Ya que de las palabras emana una cascada de energía
más allá de su significado y composición. Cada persona transmite fuera, a los
demás, lo que lleva dentro y es reconocido, y por eso nuestras palabras pueden llevar a la
sensación de sumergirse en agua helada o de tender manos y construir puentes
que nos permiten cruzar hacía la otra y para que la otra penetre en nosotras.
No me cabe duda que la palabra
consuela, alienta, inspira, erotiza, alivia, seduce, libera,… pero también
enoja, aflige, amenaza, acorrala, aísla… Y desde esta certeza es que debemos
pasar las palabras por el filtro del amor. Amor que es paciente y bondadoso, no
es orgulloso ni envidia, no se irrita, todo lo cree y todo lo espera y así las
palabras serán justas y verdaderas.
Acudamos a la usanza de la palabra escrita,
más pausada y reflexionada que la dicha, que nos ayuda e instruye en el uso del
verbo para una perfeccionada expresión en nuestro habla.
Como breve conclusión sea lo que
fuere que pronunciemos si su fuente brota de la conciencia reposada y puesta la
mirada en el amor, con sano criterio, puedo decir que, además de ser escuchadas
o leídas y entendidas, estas palabras nos elevarán.
— ¿De qué murió?
ResponderEliminar— se asfixió con las palabras que nunca dijo.