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!ya estamos muertos¡ |
Si uno desea la salud y una
vida abundante y avivada, debe componerse una obra musical para cuya
ejecución nos favoreceremos de la sexualidad como pedales de la orquesta.
Se da en buena parte de la
cultura occidental que el carácter de la Muerte se ha envuelto en distintos
dogmas y doctrinas hasta separarlo de su otra mitad que es la Vida. Lo mismo
ocurre con la Sexualidad que viciada por ortodoxias nocivas, censuras malditas
y un reflujo inagotable de condenas ha sido rechazada y olvidada. Relegada al microcosmos del placer sexual y para quienes lo puedan ejercer, una sexualidad
acotada y sometida a un presupuesto.
Pero en otras culturas como
la de las Indias Orientales y la maya, que han conservado las enseñanzas acerca
de la rueda de la vida y la muerte, la Dama de la Muerte envuelve a los
moribundos, alivia su dolor y los consuela.
Es fundamental
entender que la sexualidad no es algo que uno tiene que desear y buscar sino
que escucharla, atenderla y experimentarla. Ya que es una sinfonía que se
genera desde el adentro, un eco multiplicándose por las oquedades que se
distribuyen por todo nuestro existir. Un concierto que en armonía -esto
es: la unión y combinación de sonidos simultáneos y diferentes, pero acordes, bien concertados y con una grata variedad de movimientos,
cadencia, ritmo, medidas y pausas, caricias y besos- y en su ejecución magistral, el Ars Amandi, es
una joya de nuestra esencia producto de atraerse y desearse, es un arte, el
arte de amarse, y crea un verdadero e insobornable amor sin paridad, salud sin
límite.
Hay en toda relación, entre
dos personas o más –parejas, amistades, familia, compañeras,...- un corazón y
un brío. Una sístole y una diástole y cuando se acalla un brío se entona otro.
Necesitan, el corazón y el brío, una forma de expresión y bien podría ser esta
la sexualidad.
Si creemos que la fuerza de
la sexualidad no tiene cabida en el desorden nos equivocamos, la sexualidad no
se conforma con la insinuación perversa de la Señora de la Guadaña. En el
silencio oscuro e infausto que brota en la afección y el desequilibrio, amarnos
cogidos de las manos, amarnos con las palabras, amarnos con las miradas y las
caricias, sintiéndonos con el abrazo, satisfaciendo la sed de piel… nos trae un lenguaje musical, para nuestro ser, hacedor de azarosas proezas en favor de la vida. Las fuerzas que la sexualidad
pone en movimiento forman parte de nuestra propia naturaleza, emergen de una
batuta interior que conoce las notas del pentagrama y la coreografía de la danza
Vida/Muerte/Vida.
La mayoría de nosotros,
aludiendo a la sexualidad, pasamos por encima de ella, tropezando y sin
prestarle la atención debida. No obstante, la sexualidad es una pedagoga sabia, como la muerte, conoce nuestra holística, reconoce cuándo algo puede, debe y tiene que nacer y cuándo tiene que morir. Y, en nuestras asaduras conocemos, intrínsecamente, su métrica y su disciplina.
Para acabar, quiero traer a
colación palabras de Rosario Castellanos, la mística y poeta mexicana, que
escribe a propósito de la entrega a las fuerzas que gobiernan la vida y la
muerte:
... dadme la muerte que me
falta...
Yo, parafraseándola, aludo:
…dadme la sexualidad que me
falta…
Y diría más, emulando al
poeta, que la muerte –aquella que no da fruto- es quizás el tiempo que
transcurre entre que tú y yo hace dos instantes que no nos miramos ¿no es eso
acaso ausencia de sexualidad, la muerte que cosecha la vida?
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