patio de la Residencia Fragela, Cádiz
23 de agosto de 2017
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Cuando una persona se va y lo
primero que piensas es - ¡gracias a Dios! -. Le expresaba la Madre Teresa de
Calcuta a Dios, en sus últimos días “cuánto has tardado en venir a buscarme”. Es
lo que he sentido con la partida de Manoli y que me perdone Este. Una persona
que paso sus últimos años postrada en una cama, sin capacidad para decidir
sobre su vida. Apenas y nada, habló en el último año y para que las ulceras y
el dolor que estas, dicen que le provocaban y estoy segura que era así, no empeoraran, no pudo mirar al sol directamente ni sintió la brisa en su cara. Siempre encamada y sujeta a una
involuntaria propensión de comer y beber, sondada en el estómago por donde recibía
su alimentación. -Es muy fácil que te coloquen una sonda PEG, empero casi
imposible que te la retiren-. Sus días sabían tan amargos y con el paso de los
años se hacían tan crueles que, no era sencillo desearle vida.
Conocí a Manoli va a ser ya
varios años, más de un lustro, en la residencia Fragela donde ha residido hasta su partida, porque su cuerpo no le daba para vivir sola. Una mujer querida por quienes la conocieron,
pero que debido a la incapacidad de reconocer a la persona que era, muchas de
ellas dejaron de visitarla o incluso, probablemente, creyeran que estuviese
muerta y enterrada. Las que siguieron a su lado, pocas, no eran familia
consanguínea. Y, aunque se le reconocía, dicen que, alguna prima o primo, estos andaban
lejos de su existencia. Familia putativa, trabajadoras de la residencia, alguna
allegada amiga de toda la vida, voluntarias, Rosi y yo, y pocas más, éramos
quienes formábamos su universo relacional. Su historia de vida esta marcada por los cuidados que otorgó a quienes estuvieron cerca de ella. Enfermera de profesión (que lo fue toda la vida del afamado pediatra Felipe Pastor) asistió a incalculables partos de gaditanas, esto le trajo ser conocida, querida y respetada por tantas.
Aprendí junto a ella que no vale
la pena ensuciarse los labios con palabras y besos sin sentido ni verdadero
afecto. Y aprendió mi corazón que se puede llevar el dolor sin expresarlo.
Maldita la maestra. Ahora me duelen las caricias que no le di en los jirones de
su piel, pensando que le pudiera estar haciendo daño. Y maldito el aprendiz. Maldigo
lo que no es así. Hay tanto que aprender de la locura que es vivir postrada en
una tumba abierta en la que un millón de manos como alas de mariposas, algunas
con puro sentimiento y con tan poco que ofrecerle, la expolian en un sin
sentido. Esperando que una mirada suya nos traiga la aurora y nos libere de la
culpa de mantener una vida atada por una jeringa del 14 que la alimenta y la
sedienta. Cuando se clavaba su mirada en la mía, una lluvia de alfileres me
perdía entre las dudas de merecer la pena seguir nutriendo ese cuerpo. ¿Quién
rige sobre la vida y la muerte? A veces, esos mismos ojos me miraban con
agradecimiento y feliz de encontrarnos. Bastaba una caricia para que cerrara
los ojos complacida y consolada por el contacto. Mi heroína.
Ahora toca el último adiós, se
quebró la puerta. Manoli, estoy segura, más descansada, renacida, libre, unida
a la fuente. Amiga mía, es con tu piel con quien sueño esta noche. No quiero
contar tu última y penosa historia solo pretendo honrar tu memoria y dejar unas
palabras que regalen mis recuerdos de ti. Y porque eres mi amiga. Amiga que me
aguantó leerle poesía sin saber recitar. Contarle historias que ella desconocía
y quizás ni entendía. Y amiga, sí, porque sí. Nadie nos va quitar momentos
vividos. Somos, tú y yo y el tiempo que hemos compartido, 365 días de cada uno
de nuestros últimos 4 años. Excursiones (como las llamaba quien sabemos) en ambulancia
hacia el hospital para reparar lo irreparable. Salidas (entonces, cuando nos
dejaban, esta Casa y aquellas personas que velaban por ti se convirtieron en cárcel y carceleras) a tomar el sol en la Plaza Fragela, la del Falla. Yo tomaba algo
mientras apartaba las moscas de tu rostro porque tus manos no te valían. Muchas
tardes en tu habitación, masajes, cremas hidratantes, lectura, caricias y silencios,
muchos silencios y mucha presencia.
Quiero pedirte perdón por las
omisiones, por las palabras mal dichas, por las calladas, por mis faltas de
tacto, por todo y por lo que desconozco y tú sentiste, por lo que te llevaste
en tu corazón y que tus labios no pudieron reclamarme.
¡Adiós querida Manoli, muchos
besos y que el viaje a Itaca te sea largo!!!
DEP
Siempre es reconfortante leer tus reflexiones, Juan Carlos. La vida, tan dura ella a ratos, nos sirve de maestra en el camino. Ese donde nos cruzamos con quienes nos sirven de ejemplo sin pretenderlo.
ResponderEliminarBonito y duro lo que escribes, pero sin duda cargado de mucho sentimiento ....
ResponderEliminarUn abrazo enorme desde Tierras Charras...
Chus
Descanse en paz tu heroina. Le dedicaré mi vela encendida en casa, para los que ya no están. Y tú cuídate amigo porque la has acompañado muy bien durante sus últimos años y le has ayudado a irse en paz seguro. Un beso fuerte.
ResponderEliminarCuánta belleza y sensibilidad en tu duro y desgarrador escrito. No te aflijas, su alma ha encontrado ya la Paz y -¿quién sabe?- tal vez para ella tú hayas sido también un héroe. Yo así lo creo.
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