En el número veinte morábamos en familiar
vecindad, recuerdo tener al menos cuatro o cinco abuelas más: la vecina Pepa,
del segundo como nosotras, puerta con puerta, después de mi natural abuela, era
mi favorita.
El número veinte de la calle La
Rosa tenía y tiene una azotea con ancianos y canosos pretiles, pies para
multitud de macetas: paleta de colores y abanico de olores, que la dividen en
territorios comanches donde jugaba con mis hermanos en dilatadas y renovadas
aventuras, en unas yo era de las bienhechoras, en otras me tocaba hacer de
bellaca. Una azotea presidida por su lavadero, materia prima para la invención
de nuestra fantasía. Es como si lo estuviese viendo ahora mismo: un techo de afligidas
vigas de madera de las que se ahorcaban infinidad de trastos y en el centro
pendía, reina de la situación, una gorda, triste y sola bombilla que lentamente
prestaba su color amarillo tardío al girar la llave detrás de la puerta. Sobre
uno de sus lienzos, cinco lebrillos como ruedas de carros, donde además de
lavar la ropa rodándola por la maltratada tabla de pino con su jabón de sosa,
tanto en verano como en invierno, nos frotaban a nosotras. Y formando junto a
ellos una ele, bajo la única y desnuda ventana de la estancia por la que invadía
el sol de la tarde, alineadas, cuatro enormes tinajas de fresca y transparente
agua. Bajo sus tapas, de atormentada madera, se revelaban flotando una maraña
de gusarapos, bastaba con apartarlos con el mismo jarrillo que llenabas para
calmar la sed. Un recuerdo que me acalambra, de este pintoresquisimo espacio,
es olor de morrocotudos gatos que se colaban, aún, no sé por dónde y, sentir el
húmedo aroma de lo animal, me eriza el bello.
Del número veinte de la calle La
Rosa solo conservo, a modo de reliquia, la llave que custodiaba la puerta de
dos hojas de madera repintada de verde que amen de guardar el interior, aunque
no impidiese entrar a los gatos, nos servía de escalinata para subirnos a la
techumbre, atalaya mirador desde donde podíamos divisar un mar de cordeles con
olas de ropas que, en días de Levante, pareciera que quisieran acariciar el
esponjoso vientre de las nubes sobre el seductor tetris de vecinas azoteas que
nos envolvían y asediaban.
En el número veinte de la calle
La Rosa, va a hacer hoy 52 años, diez meses y 22 días, nací yo.
Escuelita de las Palabras, 2016/17 Cádiz
agradecimiento a mis compañeras y a Bea y Miguel por llevarnos de la mano!!!
Escuelita de las Palabras, 2016/17 Cádiz
agradecimiento a mis compañeras y a Bea y Miguel por llevarnos de la mano!!!
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