Parra en el jardín del Antiguo Hospital Benéfico de la Misericordia 1483. Álcala de Henares, Madrid |
Así lo pienso y así lo siento.
Más allá de que la muerte nos coseche para la eternidad, ella nos pone ante la
tesitura de vivir sangrando o no vivir y morir “de todas todas”.
Morir “de todas todas”, porque la
partida es para cada una de nosotras (todos los seres vivos que pueblan la
tierra) igual e insalvable. Y vivir sangrando porque si la vida no te produce
cicatrices no es vida, que será otra cosa. Y las heridas hay que
sangrarlas para que sanen.
Vivir una vida sana es
obligatoriedad para que se dé una muerte sana. Vivir en la firme y férrea roca
de la existencia y claudicar ante el supuesto sinsentido invertido de la hora
suprema, del sueño eterno nos estimula lo vital. Desvanecerse por la atmósfera
caldeada del sol. Contraerse y dilatarse en las gélidas aguas de los ríos, los
mares, las lágrimas. Acalambrarse por el olor a mundo de las plantas y las
personas. Todo ello nos sitúa en un paisaje humano y a la vez geografía del
alma para el feliz viaje hacia el encuentro con la muerte de una “flor perenne
que vuelve a florecer en el multiuniverso”, asegura, con esta frase, el científico
estadounidense Robert Lanza cuando explica en qué nos convertimos tras la
muerte.
Una muerte no es ni tiene porque
ser una tragedia ni ser un tránsito doloroso. Yendo más allá de lo físico, la
muerte es una entrada, digo yo, a otra profundidad. No sé cuál ni cuán profundo.
Un camino que inexorablemente debemos de andar para cumplir con los requerimientos
de nuestra naturaleza, como y cuando poco.
Citando a Henry David Thoreau: “me
interné en los bosques porque quería vivir intensamente, quería sacarle el jugo
a la vida. Desterrar todo lo que no fuese vida, para así, no descubrir en el
instante de mi muerte que no había vivido”.
Y, extraído de la sabiduría de los cuentos:
- "Pero, ¿hay vida después de la muerte o no la hay?" pregunto un discípulo.
- "¿hay vida antes de la muerte? ¡esta es la cuestión!, respondió el maestro.
Y, extraído de la sabiduría de los cuentos:
- "Pero, ¿hay vida después de la muerte o no la hay?" pregunto un discípulo.
- "¿hay vida antes de la muerte? ¡esta es la cuestión!, respondió el maestro.
La dama, señora de los finales,
para mí, solo me provoca ganas y compromiso por vivir. Por llenar mis días de
experiencias, sentimientos, vivencias que me hagan sentir, esto mismo: que estoy
viva. La guadaña nos cosecha para una comunicación sincera, en un camino hacia
la conciencia del Ser. Vivir en comunión con la muerte nos lleva a sentirnos
vivas, en movimiento, con otra forma de pensar de sentir, y eso, precisamente
nos abre la mente, la sensibilidad, la valentía, el respeto por la vida… nos
hace mover el culo.
mi agradecimiento a mi querida amiga Mamen por confiar y compartir conmigo!!
me encanta que mi respuesta haya dado para tanto y bueno....gracias a tí por confiar en mí y por ayudarme en la ardua tarea de equilibrar mi gallinero....tú sabes¡¡
ResponderEliminarSiguiendo tu línea habitual. Refrescando los finales con un poquito de alegría, aunque se trate de la "otra vida".
ResponderEliminarEcho de menos las clases. Un saludo.
"Exigir la inmortalidad es perpetuar un error hasta el infinito", dijo cierto filósofo, pero ante la realidad de la muerte todos queremos seguir errando...
ResponderEliminarFelicidades por tu escrito!
Interesante escrito sobre la muerte, esa amiga nuestra que nos espera pacientemente. Yo tampoco creo que sea una tragedia ir a su encuentro, creo que es solo abrir otra puerta y seguir creciendo. Un abrazo.
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