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lago para las cenizas Campo Santo Mancomunado de la Bahía de Cádiz |
Cuando a tu jefe le consideras y
así os presentáis como a un amigo, desde la ética del buen vivir, ante los
conflictos que competen del día a día en el trajín de la fajina, ha de
prevalecer el vínculo afectivo. No debe, desde un concepto moral, inferir en el
vínculo de la amistad el desencuentro que surge de diferentes posicionamientos
laborales, roles profesionales o discrepancias técnicas.
Es con Ramón, más allá del
intercambio económico que manteníamos, que se daba esta situación. Con él mantuve
una relación de edecán y también de confraternidad. Entre él y yo había lealtad
y confianza. Un casi a partir peras juntos. En nuestras conversaciones había desde
relatos biográficos y anécdotas hasta debates políticos, pasando por la crítica del otro y la sátira picante y
mordaz de lo que percibíamos en nuestro entorno al pasear, martes y viernes,
por una ruta sempiterna que nos llevaba desde la residencia por el centro de la
ciudad hasta su barrio del Populo, el mercado y, cumplimentadas las compras y las dos paradas
de postas, de regreso a la residencia.
Encontramos el uno en el otro, también, las
tres “C”, Confidente, Camarada y Consejero.
Ramón que no era hombre de
cualidades resaltables –dicen que el agua de las cualidades no permanece en la
roca del orgullo- y Ramón era orgulloso, resentido y solitario. Orgulloso en su
carácter, resentido de su infancia y solitario para convivir. Un hombre que se
sentía abandonado por los otros y que se abandonó él de sí mismo. Sin embargo,
yo le encontré su humanidad, con un corazón tierno -marcado el paso por una pila- que se emocionaba y compadecía de aquellos en los que él se reflejaba -como nos
pasa a todos/as-. Le gustaba la risa y se emocionaba mostrando su lado más susceptible
y sensible cuando veía la cara del sufriente.
También Ramón sufrió la
cuchillada trapera de la vida y pudo a su manera levantarse. Y es esa una y la
gran pedagogía que me transmitió.
Ramón que vivió como el viento que va de
rodillas, soplando por los bajos, necesitaba respuestas. Un hombre que tenía
muchas más lecturas que un expediente o que le pusieran su nombre a una sala. Necesitaba
una mirada, una palabra,… Y yo de este ínfimo homenaje para saciar mi duelo.
Hasta siempre Ramón!!
¡DEP!