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Ya estamos muertos The Pilot Dog |
Aclarado esto, quiero expresarme,
una vez más, desde mi ser interior, desde mi emoción prevalente, desde mi
tristeza profunda. También es cierto que lo que os voy a narrar sólo me sale expresarlo con esta emoción.
Estoy acompañando a Martina, en
estos momentos, sus últimos soplos entre los vivos, en el tránsito. Martina ha
vivido ya mucho y me baso en el número de primaveras que ha visto florar, más
de 90. Y vislumbro que no todas han sido gozosas, venturosas, se le ve mujer
sufrida. Su cuerpo menudo y su rostro descarnado no lo ocultan, sin embargo,
una mujer que despertó pasiones. Cuenta ella que muchos la pretendieron, pero
que no la merecieron. Hasta que encontró al hombre que la dejo viuda muy pronto
y ya su vida fue cuidar a los hijos de otras y poner la mesa a una familia que
no fundará ella.
Martina que tiene mucha juventud
acumulada y una dolencia que no tiene alivio, se está muriendo. Llora y gime por
un calvario de dolores y de penas. Por
un lado el dolor físico de su cuerpo ajado y por otro llora de amargura, llora
porque está sola, desolada porque le faltan los alientos. Dice ella: “nadie me quiere y que mal me pagan los que
he cuidado”.
Y yo aquí, junto a ella, no
sabiendo a ciencia cierta por qué, pero teniendo muy claro que quiero estar. Quiero estar porque me claman
sus llantos y sus quejas. Quiero estar porque mis valores humanos, mi ética y
mi moral sobre lo que entiendo por amor al prójimo y cuidar de los míos, de mis
coetáneos, así me lo dictan.
Por otra parte, está el morir en soledad, ese es mi gran miedo. No tengo miedo a sufrir, aunque no soy
un inconsciente ni un loco, claro que no quiero sentir dolor. Quisiera, en este
sentido, morir en paz, a ser posible morir durante el estado del sueño. En otro
supuesto, citando a Cicely Saunders de su libro “velad conmigo”: “quisiera
transitar desde un ruego justificado de ¡no quiero morir, no quiero morir! A las
palabras de aceptación “solo espero que todo vaya bien”.
Consciente de que a este mundo
venimos desnudos y lo abandonaremos de la misma guisa, no por ello voy a
prescindir de ¡¡por favor, que una mano,
amiga o enemiga, sostenga la mía en el momento de cruzar el umbral!!
Ahora, publicando este texto, que
escribí anoche de madrugada mientras velaba a Martina junto a su cama, ahora,
Martina ya no está. No está su presencia física pero si su resonancia y su esencia.
¡Descansa en paz Martina!