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Parador Atlántico, Cádiz |
Escribir sobre el camino en la vida es un
tema que ya toque anteriormente en el post: “caminante no hay camino”. Y, me
reitero lo nuclear de que “nuestra
tarea en la vida es encontrarnos a nosotros mismos”. Y,
para ello, es necesario completar el puzzle de nuestros deseos, el puzzle de
nuestras necesidades, el puzzle del universo de nuestras emociones, el puzzle del
conocimiento de nuestro cuerpo, el puzzle, en definitiva, de nuestro ser
holístico que somos: físico, psíquico, social, espiritual y emocional.
Para ello, expresaba la necesidad de “adherirnos a una escuela" con un maestro/a que nos guie por la
senda. No obstante, añadía que “ni
el maestro ni el camino han de ser dogmáticos”. En esto, debemos “elegir juiciosamente”: sobre
el camino, la escuela y el/la maestro/a. No necesariamente en este orden. Te
puede surgir el maestro y te señale un camino o una escuela. También, podría
ser que encontraras un camino que te lleve hasta la escuela y en ella al
maestro. O, bien podría ser que te unieras a una escuela y que el guía te lleve
hacía el camino. Es aquí, donde debemos prestar la máxima atención para elegir
juiciosamente. No es que sepamos elegir bien o mal, no existe nada que nos
indique cual es la correcta elección hasta que no hemos entrado en la gruta y
equivocado el rumbo, y es entonces cuando extraemos solo la enseñanza. Elegir
juiciosamente tiene más que ver con una elección sana para ese momento, en esas
circunstancias, en una determinada situación y coyuntura concreta.
Nos ayudará, entre otras, adoptar de las
enseñanzas de Buda, como ya refleje en el anterior post, las “cuatro confianzas”:
Ø Confía en el mensaje del maestro, no en su personalidad;
Ø Confía en el sentido, no sólo en las palabras;
Ø Confía en el sentido real, no en el provisional;
Ø Confía en tu mente de sabiduría, no en tu mente ordinaria y llena
de prejuicios.
Pues bien, estoy en el proceso de
elección, he encontrado una escuela que me adviene y me estimula. En principio
son solamente reuniones informales (en grupo muy reducido: 4 a 6 personas), en petit comité, acompañados de
una o varias personas que ya forman parte de la escuela. Leemos textos
(conferencias filosóficas, libros sugeridos, etc.) y nos planteamos
dudas, ponemos en tela de juicio, reflexionamos o simplemente, y es de lo que
se trata, adquirimos conceptos, los conceptos con que se comunica la
escuela. Un lenguaje teórico que es propio en la escuela.
Somos iguales –los noveles y los
veteranos-, personas que buscamos, que no estamos conformes con que todo sea lo
que nos despachan desde fuera. Que sentimos la llamada a trascender, a calmar
la sed, a acallar los ruidos incesantes de una sociedad materializada y el
murmullo de nuestra mente y encontrar argumentos y premisas con otros/as y en
las convulsas quietudes de nuestro interior.
¿Qué tiene esta escuela que me provoca?
Pues que no hay un maestro concreto al que
seguir, ya es motivo suficiente para una persona como yo: rebelde sin causa,
que no se somete al dictado. Aunque, si bien es cierto que hay una filosofía
cristalizada, por tanto una maestría transmitida a la que atender. Son muchas
las fuentes de las que bebe la escuela: Gurdjieff, Ouspensky, tradiciones
sufíes, Manual de Vida de Epicteto, filosofía tibetana, etc. También motivo
sobrado para mí - ávido insaciable de catar los néctares azucarados de todas
las flores-.
Ahora bien, sí que hay un guía. Un guía
que te observa en tu camino y que te meterá el dedo en la llaga si viere que te
desvías de tu senda y te espoleará si retienes tu ritmo sin motivo. Que no te
responderá preguntas, te las hará. Un guía que lo es porque inicio su
camino antes que tú, dentro de la escuela, que no lo es sólo por su
personalidad y liderazgo, sino por su nivel de conciencia del ser y sus yoes,
fruto de la lectura y la recitación, de la meditación, del movimiento y la
danza, de la experiencia empírica y el ejercicio de la consciencia.
Es está, una escuela que me muestra un
sentido que yo comparto y anhelo: encontrarme conmigo y el cosmos. Llegar a
trascender de lo meramente físico. Una escuela que no se detiene en la
palabrería, que va más allá. Una escuela que no finita en lo temporal, en lo
efímero, en lo provisorio y accidental. Una escuela que deja atrás lo
ordinario, lo frecuente y lo impertinente de nuestros días. Es con esto que me
alineó.
Hubiera podido escoger, pero aún no he
elegido, ni la escuela me incita y apremia. Es un proceso que llevaré, así me
alienta la escuela, con una máxima: sin tiempo, con dilación y callada
prudencia.
Sin tiempo previsto y pautado, con sosiego
y quietud. Acudiendo, sí, a encuentros programados y consensuados sin
otra exigencia que la que yo me asigne. Esta es: un método por etapas que no
prevé fechas ni horarios ni metas. Etapas que nacerán a cada paso. Con silencio
mental y recogimiento, con meditación en movimiento que es mi hábito de
práctica. Acallando las palabras para que hablen los silencios. Eludiendo los
ritmos de vida que me llevan hacia fuera. Ritmos que me inculca la cultura
occidental, las “culturas avanzadas”, nuestra cultura.
Con dilación. Es un camino de vida para
toda la vida. Una senda que recorrer para encontrarme conmigo en una vida
performativa y cambiante. Donde abra momentos de vislumbre del YO esencial, que
no superaran los dos minutos de consciencia y el resto, auguro, serán momentos
de búsqueda, momentos de pérdidas, momentos de desencuentros, de alegrías, de
falsas alegrías, de estar arriba y de bajadas despeñadas.
Como últimas palabras de este post, es mi deseo: toda una vida de vivir
conmigo y en la búsqueda de mí, junto con otros y otras. ¡Este es mi propósito!
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