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Parque Genoves |
Apuntalado
Ya no podíamos contar con él,
privado de todo sentido con un clavel en la boca y una pluma mojada en tinta
sobre la oreja, su aspecto era estrambótico. Aunque a este bufón del palio le
quedaba aún mucho por decir, eso sí, más patético que cómico.
Gritaba: “han venido por mí, es
hora de marchar”. Agarrándose con uñas pintadas a la corteza del poste central;
negaba: “morir, para qué”. Cuestión que desvelaba sus verdaderos sentimientos de
vivir, para qué.
A pesar de lo sobrecogedor e infausto
de la escena el público aplaudía entre ensanchadas carcajadas. Y es que esta
profesión necesita de dosis suficientes de profundas tristezas e intensas
desesperaciones para equilibrar su payasa naturaleza humorística.
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creación literaria 2014/2015 fotografía de José Luís Varela Montero |
Con el puño en alto
Yo no pienso que
sea la compi de clase quien ha despertado en nosotras la matadora o al
narcisista, no creo que este en su mano gato chino. Me explico, la persona que
se dedica a regir las leyes del compás y la política de ritmos y cadencia de
entonación, no crea escuela es una más de las educandas. Ni tampoco, creo que
sea políticamente correcto subirse al carro de regalar al monitor del gym o a la
profe literata. Digo esto atendiendo a mis urbanidades, claro, de una mundológica
universidad que me ha mostrado la vida, yo creo que es para los egos
individuales.
Yo pondero que es la personalidad
del conjunto de la clase (sinónimo de masa) la que descuida sus autonomías poniendo
en la mano que mece la cuna de una matrona del buen lector, la representación y
servidumbre de su libertad. De este abandono es de donde deriva su meretricio como ciudadanía y la flaqueza que
le lleva a situarse en la polaridad: víctima o verdugo.
Sin una razón por la que no vamos
al gym y no quemar nada en San Juan para recibir un regalo, después de
rememorar años de guerra e historias de matrona y convenios de padres
separados, todo se acordaba entorno a una mesa pájaro pinto. Estaban de acuerdo
con el gato chino y ya solo bastaba una de las grandes leyes del grupo: no
zaherir a nadie con aquella cavatina que expresaba sus propios subiendo y
bajando la mano. Todo era cuestión de autonomías de afectos comunicados con el
tacto.
Desdoblarse
La paranoia de un amante de la
piriñaca, especialmente la que se sirve
en el restaurante al aire libre de la Plaza del Tío la Tiza (conocida por los
vecinos viñeros como Plaza Pinto) no tiene nada que ver con lo que a
continuación les voy a relatar que le paso, dice él, a un amigo de una amiga
que cuando ella vivía en Jaén y conoció al que ahora es su marido pero en
trámites de separarse tuvo la suerte de cruzarse con él en un semáforo y
terminaron enrollados tras la puerta de un garaje y es ahí donde se inicia la
peripecia de este (todas sabían que era él) paranoico semental seductor y
seducido por la caballa con piriñaca.
A vueltas de su viaje fin de
carrera, Andrés, un hombre bien parecido con un marcado ego social decidió dar
un giro a su vida y comenzó por él mismo. Para ello se desdoblo para poder
observarse y pudo reconocerse que de manera inconsciente utilizaba diferentes
mascaras según acontecía. Incluso llego a enfermar del oído por no escuchar sus
voces interiores que le hablaban de que fuera más auténtico y el pensando que
era esto o lo otro acabo sintiéndose como la piriñaca que tanto le gustaba. Se
sintió tomate cuando se avergonzaba, cebolla en la tristeza, pimiento cuando se
enojaba y picaba como los del Padrón. Y, en lo esencial se dio cuenta que en
realidad todos estos personajes suyos, sus múltiples egos, no eran otra cosa
que aquello que acompañaba a la caballa que es su vida vuelta y vuelta.