Otro de mis caminos e interés es la atención
a mayores en residencias. Llevo ya algunos años de experiencias en este ámbito
y en contacto con esta realidad. Participando en jornadas de formación,
conferencias, cursos, voluntariados y colaboraciones. Y, después de todo esto,
estoy en facultad y con la gallardía de decir que “no quiero acabar en una residencia”.
El modelo de residencia que
disfrutan nuestros mayores en España dista mucho de ser un hogar digno para lo
que yo espero que sea, sí la vida me lleva a ello y no tengo quienes puedan
cuidar de mí, mi casa en la última etapa.
¿Cómo y porqué llego a esta
afirmación? Pues por una serie de preguntas que yo me he hecho y que os relato
ahora:
¿Qué tiene de hogar un lugar en
el que te levantan a la hora de ellas (a partir de aquí me referiré a los
profesionales que atienden las residencias en femenino, ya que son ellas, la
mayoría, las que nos cuidan) o te acuestan en verano con las persianas bajadas
porque aún el sol brilla? Además ¡por favor! es la hora más apetecible del estío.
O ¿por qué tengo que comer
siempre lo que ellas proponen y aderezados los platos con un criterio general
basado en un perfil y unas tablas puramente científicas y médicas sin atender a los
sabores ni los olores que tanto nos acompañan en la mesa para que lo que
ingerimos nos nutra y tengamos una digestión placentera?
O ¿Qué tiene de morada familiar un
espacio al que mis hijas y nietos no pueden venir más que los fines de semana porque sus
horarios profesionales o escolares y de tiempo libre no coinciden con los horarios de
visitas establecidos por las normas del centro?
Y ¿Cómo puedo sentirme en mi casa
si cuando tengo visitas no tengo intimidad ni puedo ofrecerles una bebida y un
aperitivo, un gesto de hospitalidad tan de nosotras?
¿Espacio hogareño he intimo? un
sitio donde no puedo colgar un cuadro o la foto de mis nietos porque se prohíbe
clavar un alcayata en la pared o, no digamos ya, traerme la mecedora que
siempre ha sido mi respaldo para la siesta o la lectura. -Buenooooo- yo me
pregunto con quién y con cuántos y cuántos obstáculos tendría que lidiar para
poder tener conmigo a mi canario que tanto cariño le tengo y que con su canto fiel me deleita el oído.
¡¡Alto, alto!! no corráis, no vayáis
a sacar a vuestros padres o abuelos de la residencia. No, no es tan así. Quiero
recalcar que el nivel, actitudes y capacidades de nuestras profesionales es muy
alta, muy por delante de muchos países de nuestro entorno. Y, que las
residencias, espacios como tal, están dotados de comodidades y habitabilidad
muy por encima de los mínimos requeridos por la normativa que las compete. Los
avances, en este sentido, en las últimas décadas, en España, han sido brutales.
Hemos pasado de asilos y sus conceptos, a residencias dotadas y definidas y cuya finalidad,
es el bienestar y la tranquilidad, creando un hogar para nuestros mayores. Al menos, algunas, eso nos dicen en los folletos.
No obstante, esto no quiere decir
que estemos en la meta ni que podamos estar orgullosos de donde estamos y
hemos alcanzado. No podemos pararnos aquí. En la Europa nórdica, las
residencias están prohibidas por ley, no se pueden construir y las que tenían
se han desmantelado. En Dinamarca esta ley es de 1987. ¿Qué lejos estamos, verdad?
¿Cómo voy a querer yo, conociéndome,
vivir mis día a día bajo una sola autoridad? Una autoridad que alcanza desde mis
horarios para las micciones hasta con quién compartir habitación. Una autoridad
que es la dirección del centro y su
normativa interna. Claro que nuestros días a días están regidos por normas, pero por distintas autoridades, véase: sí somos
menores nuestra autoridad es papá y mamá. En la escuela son la maestra o el
director. En el autobús es el chófer. En la discoteca el portero. En otros el sentido común... Y, así en
todos los espacios y situaciones.
Por eso digo que yo no quiero
vivir en una residencia. Porque yo quiero poder elegir a mi compañera o
compañero de sueños del que me separa la distancia de una mesilla. Yo quiero
poder elegir quién puede verme desnudo y lavarme y quién no. Yo quiero tener
intimidad para poder disfrutar de mi capacidad de sexualidad para poder abrazar
a mi chica o mi chico con la puerta cerrada y en una cama de 1,35, sin miedo a
caernos ni ser interrumpidos.
Miren ustedes, dentro de una
residencia hay tres fuerzas de poder que confluyen y con intereses que se
contraponen: una es la dirección (la norma) otra son las trabajadoras (el
convenio laboral) y la tercera son las personas usuarias. ¿Quiénes dirían ustedes que
es la fuerza más débil en caso de conflicto y en favor de quienes se resuelven?
Nuestros mayores y nosotras en el
futuro, ellos son y nosotras seremos personas con sueños y proyectos de vida,
porque estos solo acaban con la muerte. Dicen que entrar en una de estas residencias es la "muerte del Yo". Por ello, yo quisiera que llegado el
momento, si tuviera que ingresar en una residencia porque estas persisten aún, que en el periodo de
adaptación se valore si la residencia cumple con los requisitos de mi proyecto
de vida y no si yo doy el perfil de la residencia.
En los países avanzados, en la
legislación y la práctica sobre esta materia, las alternativas al modelo de
residencias vienen de la mano de pisos y/o
apartamentos asistidos, individuales o compartidos. O comunidades de
convivencia de 8 o 10 miembros, asistidos por técnicos y personas cuidadoras según la
demanda. Este si que es un modelo aceptado por mí. El que pasa del concepto de necesidad al de los derechos, dignidad y preferencias de las personas.
Para vuestra tranquilidad,
algunas ya lo sabéis, en España ya existen estos modelos y residencias adaptándose
en esta línea, incluso legislación autonómica como en la Comunidad Foral del
País Vasco o la Comunidad de Castilla y Leon, y con normas como Libera-Ger de la Fundación Cuidados Dignos. Además, nuestra Constitución y
legislación así lo reconocen y aparan.
Pues eso, estoy a tiempo de incidir
y participar para el cambio y, por si me llega la hora, no ser "INTERNADO".
Algunos enlaces para consultar dónde se esta trabajando, hacia dónde vamos en este sentido y catalogo de buenas practicas:
un texto que quiero añadir a la lectura como referencia de esto que me alienta en la aseveración de ¡no quiero acabar en una residencia!
ResponderEliminarhttp://epanoramix.wordpress.com/2014/08/15/el-efecto-adverso-mas-perverso-de-los-tranquilizantes-en-mayores-que-los-aten-a-perpetuidad-hasta-la-muerte/
Muchas gracias por su enlace a mi blog. Soy la autora y mi padre el sufridor citado por hemos leído, blog de compañeros de trabajo del que he extraído su vínculo. Yo tampoco quiero acabar en una residencia...
ResponderEliminarArigax, gracias a ti por tu entrada y, de alguna manera, denunciar lo que a voces se conoce. Las inspecciones de centros, a mi modo de verlo, deberían sancionar estas actitudes. En la mayoría de los casos es simplemente una decisión tomada por los trabajadores o el centro para su beneficio unilateral. Muy poco son los mayores atados (física o químicamente) que realmente lo necesiten y se justifique el daño que esto produce a la persona. Puesto en una balanza, la persona atada siempre pierde y no se valora.
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